Anna estaba presenciando un ejemplo realmente refinado del pensamiento watsoniano, llamado así (por supuesto) en honor al compañero de Sherlock Holmes, un hombre de gran malicia. El buen doctor no era estúpido. Simplemente no caía en la cuenta de ciertas cosas, como en ese momento hacía Yoshi, que estaba a punto de explicar cómo habían enseñado a los animales a cantar
—Lo tradujimos al código de emergencia internacional y se lo enviamos a Moby… por supuesto durante la época del apareamiento, y ellos lo captaron. No logramos que lo hicieran como un diálogo; insistían en sincronizarlo. Realmente espléndido, aunque no la conducta propia de una especie inteligente.
—¿Por qué no? —preguntó Nicholas—. Usted está hablando de cantar a coro. Los humanos lo hacen, lo mismo que los
—¿Sí? —dijo Yoshi—. No me había dado cuenta.
—Y sin embargo la unidad monetaria internacional no cayó—. Yo me refiero a que repiten como loros. Repiten hasta la saciedad… con nosotros o entre sí. Eso no es un signo de inteligencia.
—¿No es un problema ficticio? —preguntó Nicholas—. Inteligencia es un término resbaladizo lo mismo que la mayoría de los que podrían ser sus sinónimos. Comprensión, conciencia, aprehensión en el viejo sentido, razón. ¿Hasta qué punto tiene sentido hablar de inteligencia en toda clase de seres? ¿Los humanos o los
Yoshi lo miró con expresión de reproche.
—Queremos tener a alguien con quien hablar. Alguien que comprenda.
—Entonces hable con los individuos que están en lo alto de la colina, aunque no apostaría nada a favor de su comprensión. —Nicholas miró al cabo—. ¿Tienes hora?
El chico echó un vistazo a la culata del rifle.
—Las quince y cincuenta.
—Será mejor que me vaya. El avión saldrá temprano. —Se volvió hacia Yoshi, que lo miraba con la boca abierta—. Gracias, doctor Nagamitsu. Adiós, Anna.
Se agachó para salir de la cabina y Yoshi dijo:
—Ése es el hombre…
—¡Ajá! —lo interrumpió Anna—. Estaba esperando a que lo descubrieras. ¿Te has fijado en su ropa?
—He pensado que tal vez había ocurrido algo con la moda en la Tierra, o que quizás era una especie de uniforme. No presto demasiada atención a los militares. Hay muchos, y de muchas clases. ¿Quién puede estar al tanto? ¿En qué te has metido, Anna?
—En nada que tenga importancia. La gente del recinto sabe lo que está ocurriendo. No lo han dejado suelto. No va a hacerle daño a nadie.
VI
El despacho del general (el actual, en la isla) tiene el aspecto triste y austero de algo destinado a ser transitorio: paredes grises, alfombras grises de pared a pared, una mesa de trabajo y dos sillas.
No hay ventanas. Al otro lado de la mesa cuelga un tapiz. Es grande y sencillo y tiene el aspecto de pertenecer a un lugar público. Nunca lo había visto en ninguna de sus habitaciones. Debió de conseguirlo en la bodega de la nave principal: algo para cubrir una pared vacía.
En medio del tapiz arde una hoguera roja, naranja y amarilla. Los colores irradian de ella menos intensos, pero sin embargo brillantes y cálidos, como si el fuego iluminara el suelo que lo rodea. A medida que se alejan del fuego, los colores empiezan a apagarse y se vuelven un poco grises. Finalmente, a mitad de camino del borde del tapiz, los colores en expansión tocan las espadas, que son decididamente grises: un matiz frío que resulta duro. Están dispuestas en círculo, cada punto tocando la empuñadura de la siguiente, de manera tal que el círculo es continuo. Siempre he pensado que tendría más sentido que apuntaran hacia fuera. Pero funciona visualmente. Más allá de las espadas, el tapiz es negro, salpicado de blanco: el espacio y las estrellas. La Hoguera en un Círculo de Espadas. Por lo que sé, es el antiguo emblema del Pueblo, aunque es evidente que esta versión es relativamente reciente, creada después de que el Pueblo comprendiera que su mundo —su hoguera— estaba rodeada por la oscuridad. [Sí.] Para ellos la imagen tiene una enorme fuerza. A mí siempre me ha parecido… ¿cómo lo diría? Como una pelota hecha con las semillas de una valiosa planta comestible cultivada en el centro de América del Norte, en la Tierra. [?]
Voy al despacho cada dos días. El general se sienta ante su mesa en silencio y contempla el tapiz. Yo intento sentarme en silencio en la otra silla, aunque pienso mejor cuando me muevo.
Hablamos de las negociaciones, desmenuzándolas, intentando descubrir qué están pensando los humanos, analizando las reacciones de los otros miembros del equipo