Читаем Círculo de espadas полностью

Si el general interviene en la discusión —seriamente interesado, reflexivo— entonces es probable que coja un estilete y lo haga girar entre las manos. Es un ademán humano, aunque sus manos son considerablemente distintas: el dedo meñique es mucho más largo que el de un humano y el pulgar también es muy largo y delgado. En el dorso de las manos hay pelo como terciopelo gris. Las uñas son estrechas, al menos en comparación con las de los humanos, y gruesas. Si no están sujetas, empiezan a curvarse hacia abajo, convirtiéndose en garras.

Puedo pasar días y semanas sin verlo realmente y de repente allí está, real, sólido y extraño.

Dije:

—El chico, el soldado humano, me dijo que estaba dispuesto a matarme.

El general esperó, con las manos cruzadas.

—Dejaste muy claro que yo tenía que ser una persona grata, y los diplomáticos humanos estuvieron de acuerdo.

Me pidió que le explicara la expresión persona grata.

—Significa que se supone que no van a matarme. Creo que tal vez interpretamos erróneamente el equilibrio de poder entre los diplomáticos y los militares. Ese chico recibe las órdenes de los militares. Si estaba diciendo la verdad, y no parece en absoluto un mentiroso, entonces los militares no escuchan a los diplomáticos.

Pareció irritado.

—¿Es que los humanos no pueden hacer nada ordenadamente? ¿Por qué enviaron dos grupos diferentes de personas para ocuparse de un conjunto de negociaciones? Estamos hablando de la guerra y de las reglas de la guerra. Aquí no debería haber nadie salvo las personas que saben cómo y por qué luchar.

—En este momento preferiría tratar con diplomáticos. Los soldados me ponen nervioso.

Se quedó mirando el tapiz durante un rato.

—Esto no es suficiente. Me has traído diez palabras, pronunciadas por un mensajero. No sabemos si él habló acertadamente o si comprendió sus órdenes. No sabemos lo que hay en la mente de los que están delante de él.

Abrí la boca. Él levantó una mano.

—No voy a ignorar esta información, pero la dejaré a un lado. Continuaremos como antes y veremos qué ocurre.

Estaba hablando con su voz pública, lo que significaba que la discusión había terminado. Me levanté.

Él dijo:

—Averigua algo más sobre los animales del océano, los que puede que sean inteligentes.

—No sirven para nada como enemigos. No es probable que desarrollen algún tipo de tecnología, y sin duda jamás saldrán al espacio.

Respondió con un sonido evasivo. Siempre vale la pena buscar nuevos enemigos. [Verdad.]

La base está en medio de la isla. (Si los hwarhath quieren ver un océano, recurren a un holograma.) Después de salir del despacho, fui a la costa. La marea había bajado, aunque cambia muy poco. Caminé a lo largo de la estrecha playa de grava.

He conocido a algunas de las personas que se ocupan de la acción para el servicio de información militar. (No entre los hwarhath. Ellos han tenido el buen cuidado de mantenerme apartado de esas áreas. Pero sí entre los humanos.) No me gustan. Hay demasiadas maquinaciones, demasiadas poses —sobre todo con respecto a la inflexibilidad— demasiado misterio, demasiada fascinación por la tecnología, demasiada elaboración innecesaria.

Personas peligrosas. Comedores de ratas y envenenadores de calcetines. [?] Están aquí, en este planeta, estoy casi seguro. He visto personas que tienen ese aspecto en los pasillos del recinto diplomático; y cuando me miran, parecen hambrientos.

Recorrí toda la isla. Una buena idea. El viento soplaba, las olas espumaban, y yo hice una buena cantidad de ejercicio.

En un momento dado, en una playa de arena negra, encontré algo que parecía pertenecer al Museo de Historia Natural de Chicago, a una de aquellas encantadoras y polvorientas exposiciones antiguas. La vida en el devónico.

Medía cerca de un metro de largo y su cuerpo era estrecho y segmentado, con una cabeza muy ancha en forma de martillo. La maldita cosa salía lentamente del mar, avanzando sobre sus muchas pequeñas patas, moviendo la torpe cabeza de un lado a otro, evidentemente cazando. No pude verle la boca ni los ojos.

Me detuve. Pasó a mi lado, a pocos centímetros de mis zapatos. Evidentemente, no le interesé: no era comestible, ni representaba peligro alguno. Siguió avanzando lentamente sobre la arena negra y húmeda, moviendo la cabeza hacia atrás y hacia delante. Yo seguí mi camino.

Del diario de Sanders Nicholas,

portador de información agregado al personal del Primer Defensor Ettin Gwarha

ESCRITO EN CÓDIGO PARA SER LEÍDO SÓLO POR ETTIN GWARHA

<p>VII</p>

Por la mañana recibió otra llamada de Ray. El hombre parecía cansado y preocupado.

—¿Otra vez lo mismo? —preguntó ella.

Él asintió.

Ella fue hasta su despacho. La comandante estaba en la misma silla que había ocupado anteriormente. Esta vez llevaba pendientes plateados: como murciélagos con las alas extendidas, brillantes bajo el sol de la mañana.

Anna se sentó, se inclinó hacia delante y echó otro vistazo.

La comandante dijo:

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