Читаем Círculo de espadas полностью

Las puertas conducen a compartimientos estancos, y más allá de estos compartimientos se encuentra otra de las desagradables sorpresas del Adelantado Shen Walha. No sé con certeza de qué clase de sorpresas se trata. Tal vez es una nave de guerra interestelar tipo luat, con sus exploradores y sus barrenderos. Mientras camino por los pasillos la imagino flotando en medio de una estación destinada a los diplomáticos: enorme, contundente y de aspecto brutal, con sus pequeños cachorros exploradores.

Los barrenderos (casi con certeza) se encuentran en la parte superior: chatos y en forma de hoja de lanza, como escamas que cubren el amplio lomo del luat.

Así es como lo imagino, Gwar: una madre-monstruo blindada, como la de la historia que contó Tsai Ama Ul. Si los acontecimientos toman un cauce negativo, puede utilizarse para evacuar a las mujeres o destruir la nave espacial humana.

Tal vez estoy equivocado. Tal vez no hay nada al otro lado de las puertas. Muchas veces me has dicho que tengo demasiada imaginación.

Caminé un rato; estaba furioso. No voy a decirte lo que pensaba: ideas surgidas de la ira, la mezquindad y la autodefensa. Finalmente llegué a una zona donde los tubos del techo estaban apagados; sólo estaban encendidas las luces pequeñas del suelo. Me detuve en una intersección. Un pasillo se abría a ambos lados. El otro se curvaba ligeramente. El aire era más frío de lo habitual y olía a los productos químicos que se utilizan para colocar una moqueta.

Empecé a hacer una serie de ejercicios banatsin: lentos, concentrándome en alcanzar la perfección en cada movimiento. Eso me ayudó. Comencé la segunda serie, que es aún más lenta, y luego la tercera, que incorpora posturas estáticas. Por lo general es en este punto donde logro que mi respiración sea la correcta.

Con la tercera serie desaparecen las irritaciones menores. En la cuarta, uno deja de ser consciente de su ser. Al final de la quinta serie, uno ha alcanzado el estado adecuado para el reposo. Ya no se mueve. Está vacío, abierto, inactivo y cbulmar, una palabra que nunca he logrado traducir apropiadamente. Cuando se utiliza en la conversación corriente significa ser piadoso o tener un gran sentido del humor. Cuando se utiliza en el hanatsin, no lo sé.

Llegué al final de la quinta serie y me quedé inmóvil durante un rato; luego recuperé la conciencia. Los pasillos no habían cambiado; sentí frío. Miré a mi alrededor y descubrí las cámaras que enfocan la intersección: eran dos, muy altas y casi ocultas entre las sombras. Probablemente había algún individuo en algún puesto de seguridad, mirando las pantallas y preguntándose qué tramaba Sanders Nicholas esta vez. Si quería practicar hanatsin, ¿por qué no iba a la sala de hanatsin?

Un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar, como solía decirme mi padre cuando hablaba del cobertizo de las herramientas y de su biblioteca.

Cuando regresé a mis aposentos, la luz ámbar de la puerta que daba a las habitaciones de Gwarha estaba encendida. La puerta no tenía echada la llave. Él quería que entrara a verlo. Yo ya no estaba enfadado, pero sí cansado, y aún me duraba el estado de ánimo alcanzado con los ejercicios hanatsin. No quería perderlo oyendo las acusaciones ni las explicaciones de Gwarha. Me di una ducha y me metí en la cama.

Por la mañana encontré un mensaje en mi ordenador; era de Gwarha y estaba escrito en la lengua principal hwarhath, muy formal y muy cortés.

Prefería que no tuviera contacto de ningún tipo con los humanos.

Prefería que no entrara en ningún archivo que exigiera una clave, salvo en mis archivos personales, por supuesto.

Prefería que no fuera a mi despacho.

Me explicaba cuidadosamente que no había habido ningún cambio en mi categoría. Aún tenía mi rango de seguridad. Él no había impartido órdenes. (Tampoco podía hacerlo si quería mantener en secreto lo que ocurría.) Pero como un favor a él, ¿tendría la amabilidad de pasar el día haciendo algo inofensivo?

Claro que sí, respondí al ordenador.

Sabía que me gustaba caminar por los sectores desiertos de la estación, y sabía lo importantes que eran para mí las caminatas. ¿Pero podría limitarme a las zonas de la estación que estaban en funcionamiento?

Y se sentiría agradecido si me reuniera con él por la noche, en sus aposentos.

Volví a responder afirmativamente.

He pasado el día trabajando en mi diario, intentando apuntar todo antes de olvidarlo y antes de que la información empiece a cambiar, como parece que ocurre siempre. Hay problemas con el cerebro humano como equipo de almacenamiento de datos.

Puedo retocarlo más tarde, cambiando las palabras y tratando de que todo suene mejor. Pero eso es peligroso: la realidad se convierte en arte.

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