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—Probablemente, porque eres tú. ¿No puede ser ése el motivo? —Encogió los hombros, sin dejar de reírse—. El famoso Harry Potter. No me gustaría enterarme de lo que me haría a mí el Ministerio si se me ocurriera inflar a mi tía. Pero primero me tendrían que desenterrar; porque mi madre me habría matado. De cualquier manera, tú mismo le puedes preguntar a mi padre esta tarde. ¡Esta noche nos alojamos también en el Caldero Chorreante! Mañana podrás venir con nosotros a King’s Cross. ¡Ah, y Hermione también se aleja allí!

La muchacha asintió con la cabeza, sonriendo.

—Mis padres me han traído esta mañana, con todas mis cosas del colegio.

—¡Estupendo! —dijo Harry, muy contento—. ¿Habéis comprado ya todos los libros y el material para el próximo curso?

—Mira esto —dijo Ron, sacando de una mochila una caja delgada y alargada, y abriéndola—: una varita mágica nueva. Treinta y cinco centímetros, madera de sauce, con un pelo de cola de unicornio. Y tenemos todos los libros. —Señaló una mochila grande que había debajo de su silla—. ¿Y qué te parecen los libros monstruosos? El librero casi se echó a llorar cuando le dijimos que queríamos dos.

—¿Y qué es todo eso, Hermione? —preguntó Harry, señalando no una sino tres mochilas repletas que había a su lado, en una silla.

—Bueno, me he matriculado en más asignaturas que tú, ¿no te acuerdas? —dijo Hermione—. Son mis libros de Aritmancia, Cuidado de Criaturas Mágicas, Adivinación, Estudio de las Runas Antiguas, Estudios Muggles...

—¿Para qué quieres hacer Estudios Muggles? —preguntó Ron volviéndose a Harry y poniendo los ojos en blanco—. ¡Tú eres de sangre muggle! ¡Tus padres son muggles!

¡Ya lo sabes todo sobre los muggles!

—Pero será fascinante estudiarlos desde el punto de vista de los magos —repuso Hermione con seriedad.

—¿Tienes pensado comer o dormir este curso en algún momento, Hermione?

—preguntó Harry mientras Ron se reía.

Hermione no les hizo caso:

—Todavía me quedan diez galeones —dijo comprobando su monedero—. En septiembre es mi cumpleaños, y mis padres me han dado dinero para comprarme el regalo de cumpleaños por adelantado.

—¿Por qué no te compras un libro? —dijo Ron poniendo voz cándida.

—No, creo que no —respondió Hermione sin enfadarse—. Lo que más me apetece es una lechuza. Harry tiene a Hedwig y tú tienes a Errol...

—No, no es mío. Errol es de la familia. Lo único que poseo es a Scabbers. —Se sacó la rata del bolsillo—. Quiero que le hagan un chequeo —añadió, poniendo a Scabbers en la mesa, ante ellos—. Me parece que Egipto no le ha sentado bien.

Scabbers estaba más delgada de lo normal y tenía mustios los bigotes.

—Ahí hay una tienda de animales mágicos —dijo Harry, que por entonces conocía ya bastante bien el callejón Diagon—. Puedes mirar a ver si tienen algo para Scabbers.

Y Hermione se puede comprar una lechuza.

Así que pagaron los helados, cruzaron la calle para ir a la tienda de animales.

No había mucho espacio dentro. Hasta el último centímetro de la pared estaba cubierto por jaulas. Olía fuerte y había mucho ruido, porque los ocupantes de las jaulas chillaban, graznaban, silbaban o parloteaban. La bruja que había detrás del mostrador estaba aconsejando a un cliente sobre el cuidado de los tritones de doble cola, así que Harry, Ron y Hermione esperaron, observando las jaulas.

Un par de sapos rojos y muy grandes estaban dándose un banquete con moscardas muertas; cerca del escaparate brillaba una tortuga gigante con joyas incrustadas en el caparazón; serpientes venenosas de color naranja trepaban por las paredes de su urna de cristal; un conejo gordo y blanco se transformaba sin parar en una chistera de seda y volvía a su forma de conejo haciendo «¡plop!». Había gatos de todos los colores, una escandalosa jaula de cuervos, un cesto con pelotitas de piel del color de las natillas que zumbaban ruidosamente y, encima del mostrador; una enorme jaula de ratas negras de pelo lacio y brillante que jugaban a dar saltos sirviéndose de la cola larga y pelada.

El cliente de los tritones de doble cola salió de la tienda y Ron se aproximó al mostrador.

—Se trata de mi rata —le explicó a la bruja—. Desde que hemos vuelto de Egipto está descolorida.

—Ponla en el mostrador —le dijo la bruja, sacando unas gruesas gafas negras del bolsillo.

Ron sacó a Scabbers y la puso junto a la jaula de las ratas, que dejaron sus juegos y corrieron a la tela metálica para ver mejor. Como casi todo lo que Ron tenía, Scabbers era de segunda mano (antes había pertenecido a su hermano Percy) y estaba un poco estropeada. Comparada con las flamantes ratas de la jaula, tenía un aspecto muy desmejorado.

—Hum —dijo la bruja, cogiendo y levantando a Scabbers—, ¿cuántos años tiene?

—No lo sé —respondió Ron—. Es muy vieja. Era de mi hermano.

—¿Qué poderes tiene? —preguntó la bruja examinando a Scabbers de cerca.

—Bueenoooo... —dijo Ron.

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Денис Ратманов

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