La verdad era que
—Ha pasado lo suyo —comentó la bruja.
—Ya estaba así cuando me la pasó Percy —se defendió Ron.
—No se puede esperar que una rata ordinaria, común o de jardín como ésta viva mucho más de tres años —dijo la bruja—. Ahora bien, si buscas algo un poco más resistente, quizá te guste una de éstas...
Señaló las ratas negras, que volvieron a dar saltitos. Ron murmuró:
—Presumidas.
—Bueno, si no quieres reemplazarla, puedes probar a darle este tónico para ratas
—dijo la bruja, sacando una pequeña botella roja de debajo del mostrador.
—Vale —dijo Ron—. ¿Cuánto...? ¡Ay!
Ron se agachó cuando algo grande de color canela saltó desde la jaula más alta, se le posó en la cabeza y se lanzó contra
—¡No,
—
Tardaron casi diez minutos en encontrar a
—¿Qué ha sido?
—O un gato muy grande o un tigre muy pequeño —respondió Harry.
—¿Dónde está Hermione?
—Supongo que comprando la lechuza.
Volvieron por la calle abarrotada de gente hasta la tienda de animales mágicos.
Llegaron cuando salía Hermione, pero no llevaba ninguna lechuza: llevaba firmemente sujeto el enorme gato de color canela.
—¿Has comprado ese monstruo? —preguntó Ron pasmado.
—Es precioso, ¿verdad? —preguntó Hermione, rebosante de alegría.
«Sobre gustos no hay nada escrito», pensó Harry. El pelaje canela del gato era espeso, suave y esponjoso, pero el animal tenía las piernas combadas y una cara de mal genio extrañamente aplastada, como si hubiera chocado de cara contra un tabique. Sin embargo, en aquel momento en que
—¡Hermione, ese ser casi me deja sin pelo!
—No lo hizo a propósito, ¿verdad,
—¿Y qué pasa con
—Eso me recuerda que te olvidaste el tónico para ratas —dijo Hermione, entregándole a Ron la botellita roja—. Y deja de preocuparte.
—Me pregunto por qué —dijo Ron sarcásticamente, mientras emprendían el camino del Caldero Chorreante. Encontraron al señor Weasley sentado en el bar leyendo
—¡Harry! —dijo levantando la vista y sonriendo—, ¿cómo estás?
—Bien, gracias —dijo Harry en el momento en que él, Ron y Hermione llegaban con todas sus compras.
El señor Weasley dejó el periódico, y Harry vio la fotografía ya familiar de Sirius Black, mirándole.
—¿Todavía no lo han cogido? —preguntó.
—No —dijo el señor Weasley con el semblante preocupado—. En el Ministerio nos han puesto a todos a trabajar en su busca, pero hasta ahora no se ha conseguido nada.
—¿Tendríamos una recompensa si lo atrapáramos? —preguntó Ron—. Estaría bien conseguir algo más de dinero...
—No seas absurdo, Ron —dijo el señor Weasley, que, visto más de cerca, parecía muy tenso—. Un brujo de trece años no va a atrapar a Black. Lo cogerán los guardianes de Azkaban. Ya lo verás.
En ese momento entró en el bar la señora Weasley cargada con compras y seguida por los gemelos Fred y George, que iban a empezar quinto curso en Hogwarts, Percy, último Premio Anual, y Ginny, la menor de los Weasley.
Ginny, que siempre se había sentido un poco cohibida en presencia de Harry, parecía aún más tímida de lo normal. Tal vez porque él le había salvado la vida en Hogwarts durante el último curso. Se puso colorada y murmuró «hola» sin mirarlo.
Percy, sin embargo, le tendió la mano de manera solemne, como si él y Harry no se hubieran visto nunca, y le dijo:
—Es un placer verte, Harry.
—Hola, Percy —contestó Harry, tratando de contener la risa.
—Espero que estés bien —dijo Percy ceremoniosamente, estrechándole la mano.
Era como ser presentado al alcalde.
—Muy bien, gracias...
—¡Harry! —dijo Fred, quitando a Percy de en medio de un codazo, y haciendo ante él una profunda reverencia—. Es estupendo verte, chico...
—Maravilloso —dijo George, haciendo a un lado a Fred y cogiéndole la mano a Harry—. Sencillamente increíble.