Читаем Un Puerto Seguro полностью

Pip llevaba la camisa blanca y la falda plisada azul marino que constituían el uniforme escolar. Lo detestaba, pero Ophélie consideraba que eliminaba toda cuestión relacionada con la moda, punto muy importante a aquellas horas de la mañana. Además, Pip ofrecía un aspecto dulce y joven con aquel atuendo. Para las ocasiones importantes, el uniforme se complementaba con una corbata azul marino, y los rizos cobrizos de Pip marcaban el acento perfecto sobre aquel fondo.

– Sí -asintió Ophélie con una sonrisa.

Le encantaba compartir las noches con Pip. Dormir junto a ella mitigaba el dolor de la soledad y la agonía de las mañanas. No comprendía por qué no se le había ocurrido antes la idea, quizá porque no quería apoyarse en Pip, pero lo cierto era que constituía una bendición para las dos. Sentía una profunda gratitud hacia Matt por haberlo sugerido. Junto a Pip había dormido bien por primera vez en muchos meses, y despertar con Pip abrazada a ella, mirándola a los ojos y con la naricita pegada a la suya, era lo mejor que le había sucedido desde la muerte de Ted. Su marido nunca había sido tan cariñoso por las mañanas, y quedarse abrazado a ella en la cama o decirle que la quería nada más despertar no le iba mucho.

Ophélie habló a Pip del centro Wexler, de sus actividades y de que esperaba poder trabajar allí de voluntaria.

– Si es que me quieren -puntualizó.

No tenía idea de las tareas que le encomendarían ni de si podía resultar útil en el centro. Quizá podría servir para contestar al teléfono.

– Te lo contaré todo cuando nos veamos esta tarde -prometió a su hija al dejarla en la esquina de la escuela.

La siguió con la mirada mientras la niña se dirigía hacia la entrada del colegio con sus amigos; estaba tan enfrascada en la conversación con ellos que ni tan siquiera se volvió para saludarla.

Ophélie aparcó en Folsom Street y enfiló el callejón donde se encontraba el centro Wexler. Pasó junto a un grupo de borrachos sentados con la espalda apoyada contra la pared. Estaban muy cerca del centro, pero incluso moverse parecía significar un esfuerzo demasiado grande para ellos. Ophélie los observó, pero ninguno pareció reparar en ella; estaban absortos en su universo particular, más bien en su infierno particular. Pasó ante ellos con la cabeza gacha, compadeciéndolos en silencio.

Al cabo de un instante, entró en el mismo vestíbulo que el día anterior. Era una espaciosa sala abierta con las paredes tapizadas de posters y la pintura desconchada. Tras el mostrador había una recepcionista distinta de la que había visto la otra vez, una mujer afroamericana de mediana edad que atendía el mostrador y las llamadas. Con sus apretadas trenzas entrecanas, ofrecía un aspecto competente y amable. Al advertir la presencia de Ophélie alzó la mirada con expresión interrogante. Pese a su sencillo atuendo, parecía bien conservada y muy arreglada, fuera de lugar en aquella estancia tan destartalada. Los muebles eran dispares y estaban muy gastados; sin duda procedían de tiendas de segunda mano. En un rincón se veía una cafetera con vasos de poliestireno.

– ¿En qué puedo servirla? -inquirió la mujer en tono amable.

– Tengo cita con Louise Anderson -repuso Ophélie en voz baja-. Creo que es la jefa de voluntarios.

– La jefa de voluntarios, de marketing, de donaciones, de pedidos de víveres, de suministros, de relaciones públicas y de contratación de nuevos talentos -explicó la mujer con una sonrisa-. Todos hacemos de todo aquí.

A Ophélie se le antojó una estructura interesante. Mientras esperaba se dedicó a recorrer la estancia para contemplar los posters y el material informativo distribuido por todas partes. La espera fue corta; al cabo de apenas dos minutos, una joven irrumpió en el vestíbulo. Tenía el cabello pelirrojo y reluciente como Pip, peinado en dos largas trenzas, una de ellas colgada sobre la otra. A todas luces poseía una abundantísima melena. Llevaba botas militares, vaqueros y camisa de leñador, pero pese a ello saltaba a la vista que era muy guapa y femenina. Se movía con gracilidad, como una bailarina, y era menuda como Ophélie y Pip. No obstante, emanaba energía, entusiasmo, poder y también bondad, un estilo arrollador que le confería aspecto de mujer segura y a gusto consigo misma.

– ¿Señora Mackenzie? -preguntó con una sonrisa cálida cuando Ophélie se levantó para saludarla-. ¿Quiere seguirme, por favor?

Перейти на страницу:

Похожие книги

Измена. Я от тебя ухожу
Измена. Я от тебя ухожу

- Милый! Наконец-то ты приехал! Эта старая кляча чуть не угробила нас с малышом!Я хотела в очередной раз возмутиться и потребовать, чтобы меня не называли старой, но застыла.К молоденькой блондинке, чья машина пострадала в небольшом ДТП по моей вине, размашистым шагом направлялся… мой муж.- Я всё улажу, моя девочка… Где она?Вцепившись в пальцы дочери, я ждала момента, когда блондинка укажет на меня. Муж повернулся резко, в глазах его вспыхнула злость, которая сразу сменилась оторопью.Я крепче сжала руку дочки и шепнула:- Уходим, Малинка… Бежим…Возвращаясь утром от врача, который ошарашил тем, что жду ребёнка, я совсем не ждала, что попаду в небольшую аварию. И уж полнейшим сюрпризом стал тот факт, что за рулём второй машины сидела… беременная любовница моего мужа.От автора: все дети в романе точно останутся живы :)

Полина Рей

Современные любовные романы / Романы про измену