Читаем Un Puerto Seguro полностью

Pip asintió, y acto seguido entablaron la habitual conversación sobre la cena. Sin embargo, aquella noche Ophélie se ofreció a preparar hamburguesas y ensalada. Las hamburguesas quedaron demasiado hechas para el gusto de Pip, pero no dijo nada, porque no quería desalentar a su madre, y en cualquier caso era mejor que la sempiterna pizza congelada que ninguna de las dos se comía. Pip dio cuenta de toda la hamburguesa, y aunque su madre no mostró el mismo apetito, sí se comió toda la ensalada y media hamburguesa para variar. Sin lugar a dudas, la visita de Andrea había mejorado las cosas.

Aquella noche, al acostarse, Pip deseó que su madre fuera a arroparla. Era demasiado pedir dadas las circunstancias, pero al mismo tiempo resultaba agradable pensar en ello. Recordaba que su padre la arropaba cuando era pequeña, pero de eso hacía una eternidad. De hecho, nadie la arropaba desde hacía muchísimo tiempo. Su padre casi nunca estaba en casa, y su madre estaba casi siempre ocupada con Chad. Constantemente sobrevenía algún desastre, y ahora que ya no sucedía su madre parecía haber desaparecido. Pip se acostó sola. Nadie fue a darle las buenas noches, a rezar oraciones con ella, a cantarle una canción ni a arroparla. Estaba acostumbrada, pero de todos modos habría sido bonito, en otra vida, en un mundo distinto. Su madre se había acostado después de cenar, mientras Pip aún miraba la tele. Mousse le lamió la cara cuando se acostó y con un bostezo se tumbó en el suelo junto a ella. Pip alargó la mano para acariciarle la oreja.

Justo antes de dormirse sonrió. Sabía que al día siguiente, su madre iría de nuevo a la ciudad, lo que significaba que podría bajar a la playa para pasar un rato con Matthew Bowles. Sonrió al pensar en aquella perspectiva, y al dormirse soñó con Andrea y el bebé.

<p>Capítulo 4</p>

El jueves volvió a amanecer brumoso, y Pip todavía estaba medio dormida cuando su madre se fue a la ciudad. Ophélie tenía que ir a ver al abogado antes de la terapia de grupo, por lo que debía salir antes de las nueve. Amy preparó el desayuno para Pip y luego se colgó del teléfono, como de costumbre, mientras Pip miraba dibujos animados en la tele. Era casi la hora de comer cuando decidió bajar a la playa. Llevaba toda la mañana impaciente por ir, pero temía que si iba demasiado temprano no vería a Matthew. Le parecía más probable que el pintor bajara por la tarde.

– ¿Adónde vas? -preguntó Amy, responsable por una vez, al ver que Pip bajaba a la arena desde la terraza.

Pip se volvió hacia ella con expresión inocente.

– A la playa con Mousse.

– ¿Quieres que te acompañe?

– No, gracias -repuso Pip.

Amy volvió a concentrarse en el teléfono, convencida de haber cumplido con su obligación para con Ophélie. Al cabo de unos instantes, la niña y el perro corrían por la playa.

Había corrido largo rato cuando por fin lo divisó. Estaba en el mismo lugar, sentado en el taburete plegable y trabajando ante el caballete. Oyó a Mousse ladrar a lo lejos y se volvió para mirarla. La había echado de menos el día anterior y sintió un gran alivio al ver su carita morena y sonriente.

– Hola -lo saludó Pip como si fueran viejos amigos.

– Hola, ¿cómo estáis tú y Mousse?

– Bien. Quería venir antes, pero tenía miedo de no encontrarlo si venía demasiado pronto.

– Llevo aquí desde las diez.

Al igual que Pip, Matt había temido no encontrarla. Había esperado aquella mañana con tanta impaciencia como ella, pese a que ninguno de los dos había prometido acudir. Sencillamente querían estar, que era la mejor opción.

– Ha pintado otra barca -observó Pip, escudriñando detenidamente el cuadro-. Me gusta, es bonita.

Era una barquita de pesca roja navegando a lo lejos, cerca del horizonte, que confería vida a la pintura. Le gustó de inmediato, y Matthew se sintió satisfecho.

– ¿Cómo consigue imaginarlas tan bien? -inquirió Pip con admiración mientras Mousse desaparecía entre la maleza de las dunas.

– He visto muchas barcas -explicó Matt con una sonrisa cálida.

El pintor le caía bien. Muy bien, de hecho, y no le cabía la menor duda de que era su amigo.

– Tengo un pequeño velero en la laguna. Algún día te lo enseñaré.

Era una embarcación pequeña y vieja, pero Matt la adoraba, una antigua barca de madera con la que salía a navegar solo siempre que tenía ocasión. Le gustaba navegar desde que tenía la edad de Pip.

– ¿Qué hiciste ayer?

Le gustaba saber cosas de ella, mirarla. Tenía cada vez más ganas de dibujarla, pero también le gustaba hablar con ella, lo que no era típico de él.

– Vino a vernos mi madrina con su hijo. Tiene tres meses, se llama William y es una monada. Mi madrina me deja cogerlo en brazos, y se ríe mucho. No tiene padre -anunció en tono prosaico.

– Qué lástima -repuso Matthew con cautela, interrumpiendo su trabajo para disfrutar de la conversación-. ¿Qué pasó?

– No está casada. Sacó el bebe de un banco de algo, no sé, algo muy complicado. Mi madre dice que no tiene importancia. Simplemente no tiene padre y ya está.

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