Representaba a importantes corporaciones en litigios judiciales contra el gobierno federal y solo trabajaba para los demandados, lo cual casaba mejor con su personalidad algo beligerante, la misma que le permitía enfrentarse de vez en cuando con Ted, quien también la admiraba por ello. En ciertos aspectos, Andrea lo manejaba mucho mejor que su mujer. Por otro lado, Andrea podía permitírselo, ya que no tenía nada que perder. Ophélie nunca se habría atrevido a decirle la mitad de lo que le soltaba Andrea, pero también era cierto que Andrea no vivía con él. Ted se comportaba como el clásico genio e infundía un pronunciado respeto a cuantos lo rodeaban, excepción hecha de Chad, por supuesto, quien desde los diez años aseguraba odiar a su padre. Detestaba su actitud prepotente, sus aires de superioridad por el mero hecho de ser tan inteligente. Chad también era inteligente, pero sus circuitos no funcionaban por algún motivo, o al menos no funcionaban algunos muy importantes.
Ted nunca había sido capaz de aceptar que su hijo no fuera perfecto y, pese a los esfuerzos de Ophélie por suavizar la situación, a Ted lo avergonzaba el chico. Chad era muy consciente de la opinión de su padre, y ello había provocado escenas desagradables en extremo entre ambos, Andrea lo sabía. Solo Pip había conseguido mantenerse al margen, sin verse afectada por la pugna que había estado a punto de destruir a su familia. De muy pequeña se había convertido en el hada que lo sobrevolaba todo, rozándolos a todos con infinita suavidad en un intento de sellar la paz entre ellos. Andrea adoraba ese rasgo; era una niña mágica que parecía bendecir cuanto tocaba, al igual que hacía ahora con Ophélie. Por esa razón Pip se mostraba tan tolerante y comprensiva con el hecho de que su madre fuera incapaz de darle nada, ni siquiera un plato a la hora de la comida. Se lo perdonaba todo, mucho más de lo que habrían hecho Ted o Chad. Ninguno de ellos habría podido tolerar la debilidad de Ophélie, aun cuando ellos fueran los causantes, y la habrían culpado a ella, al menos Ted. Ophélie siempre lo había idolatrado hiciera lo que hiciese, siempre lo había justificado. Lo reconociera Ted o no, Ophélie era la esposa perfecta para él, devota, apasionada, paciente, comprensiva y tolerante en extremo. Había permanecido a su lado contra viento y marea, incluso en los años difíciles y angustiosos de la pobreza.
– ¿Qué haces para distraerte aquí? -preguntó Andrea con intención justo cuando el bebé empezaba a adormecerse.
– Poca cosa. Leer, dormir, pasear por la playa…
– En otras palabras, huir -la atajó Andrea, como siempre yendo al grano; era imposible engañarla.
– ¿Y qué? Puede que eso sea lo que necesito ahora mismo.
– Puede, pero pronto se cumplirá un año. En algún momento tendrás que volver al mundo real, Ophélie, no puedes esconderte toda la vida.
Incluso el nombre del pueblo donde había alquilado la casa de veraneo constituía un símbolo de sus deseos. Safe Harbour, un puerto seguro para resguardarse de las tempestades que la habían azotado desde el mes de octubre anterior e incluso antes.
– ¿Por qué no? -replicó Ophélie con expresión desesperada.
Andrea sintió una punzada de compasión por su amiga, como venía sucediéndole desde hacía casi un año. Ophélie había tenido muy mala suerte.
– No es bueno para ti ni para Pip. Tarde o temprano te necesitará en plena forma. No puedes huir indefinidamente, no te conviene. Tienes que volver a vivir, salir, ver a gente, quizá incluso salir con hombres en un momento dado. No puedes pasar sola el resto de tu vida.
Andrea consideraba que le convenía encontrar un empleo, pero todavía no se lo había dicho. Y a decir verdad, Ophélie no estaba aún en condiciones de trabajar… ni de vivir.
– No puedo imaginármelo siquiera -exclamó Ophélie, horrorizada.
No se veía a sí misma con otro hombre que no fuera Ted. En su mente seguía casada con él y siempre lo estaría. No concebía compartir su vida con nadie más. Ningún hombre podía compararse con Ted, por difícil que hubiera sido convivir con su marido.
– Podrías empezar a recomponer tu vida a pasitos pequeños. De momento, peinarte no estaría mal, aunque solo fuera de vez en cuando.