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Bajé al suelo de un salto, pero tenía tanto miedo que me costó que las piernas me obedecieran. Durante un rato, me quedé allí de pie, a la escucha, pero no se oía nada. Trabajosamente, me arrastré de vuelta a la cama. La sangre golpeaba mis sienes. Empecé a contar, pero lo dejé al llegar a mil. La puerta se abrió en silencio y Harey se deslizó al interior de la estancia; se quedó allí, inmóvil, como si escuchara mi respiración. Intenté que fuera regular.

— ¿Kris? — susurró, pero no contesté. Se metió rápidamente en la cama. No sé durante cuánto tiempo permanecí tumbado e inerte a su lado. Intenté formular preguntas, pero cuanto más tiempo transcurría, más claro tenía que no sería yo quien hablaría primero. Al cabo de una hora, me quedé dormido.

La mañana fue igual que siempre. Cuando ella no me miraba, yo la observaba de reojo. Después de comer, nos sentamos el uno frente al otro, junto a la cóncava ventana, con nubes bajas y de color bermejo al otro lado. La Estación las atravesaba como un buque. Harey estaba leyendo un libro y yo andaba sumido en uno de mis ensimismamientos que, en aquella época, a menudo me ofrecían mi único descanso. Me di cuenta de que, si inclinaba la cabeza en un ángulo determinado, podía ver nuestra imagen reflejada con nitidez en el cristal. Retiré la mano del brazo del sillón. En la ventana, vi cómo Harey, pensando que yo disfrutaba de la vista del océano, se inclinaba sobre el lugar exacto que yo había estado tocando y lo rozaba con los labios. Seguí sentado en un postura forzada, exageradamente tieso, mientras ella volvía a las páginas de su libro.

— Harey — dije en voz baja —. ¿Dónde fuiste por la noche?

— ¿Por la noche?

— Sí.

— Lo habrás soñado, Kris. No he salido a ninguna parte.

— ¿No has salido?

— No. Has debido de soñarlo.

— Puede ser — dije —. Es posible que lo haya soñado.

Por la noche, a punto de acostarnos, volví a hablarle de nuestro viaje, del regreso a la Tierra.

— Ay, no quiero oír hablar de eso — dijo —. No hables, Kris. Sabes que…

— ¿Qué?

— Nada. Nada.

Ya en la cama dijo que tenía sed.

— Allí, en la mesa, hay un vaso de zumo. Alcánzamelo.

Se bebió la mitad y me lo devolvió. Yo no tenía ganas de beber.

— Por mi salud — sonrió. Me tomé el zumo, que me pareció un tanto salado, pero no le presté atención.

— Si no quieres que hablemos de la Tierra, ¿de qué quieres que hablemos entonces? — pregunté cuando apagó la luz.

— ¿Te casarías si yo no estuviera?

— No.

— ¿Nunca?

— Nunca.

— ¿Por qué?

— No lo sé. —Llevaba diez años solo y no me había casado —. No hablemos de eso, cariño…

La cabeza me daba vueltas, como si me hubiese tomado, al menos, una botella de vino.

— No, al contrario, hablemos de ello. ¿Y si yo te lo pidiera?

— ¿Que me casara? Eso es una tontería, Harey. No necesito a nadie más que a ti.

Se inclinó sobre mí. Noté su aliento en mis labios, me abrazó con tanta fuerza que se me quitó el sueño que empezaba a invadirme.

— Dilo de otra forma.

— Te quiero.

Golpeó su frente contra mi hombro, sentí el temblor de sus párpados tensos y la humedad de sus lágrimas.

— Harey, ¿qué te pasa?

— Nada. Nada. Nada — fue repitiendo cada vez más bajo. Intenté abrir los ojos, pero se me cerraban por sí solos. No sé en qué momento me quedé dormido.

El amanecer rojo me despertó. Tenía la cabeza de plomo y el cuello rígido, como si todas las vértebras se hubiesen fusionado en un único hueso, me resultaba imposible mover la lengua que sentía áspera y repugnante dentro de la boca. Algo debió de sentarme mal, pensé, levantando la cabeza con esfuerzo. Estiré el brazo buscando a Harey, pero solo encontré la sábana fría.

Me senté con brusquedad.

La cama estaba vacía y no había nadie en el camarote. La ventana multiplicaba el reflejo del disco solar rojo. Salté al suelo. Me tambaleé como un borracho, seguro que estaba muy cómico. Agarrándome a los muebles, alcancé el armario, el baño estaba vacío. El pasillo también. En el taller no había nadie.

—¡Harey! — grité en medio del pasillo, dando brazadas sin darme cuenta —. Harey… — gemí una vez más, consciente ya de lo que había ocurrido.

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