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— Bienvenido, doctor Kelvin — dijo la aguda voz nasal de Sartorius. Sonó como si su propietario estuviera ascendiendo a un peligroso podio que se doblaba bajo sus pies: desconfiada, alerta y aparentemente controlada.

— Encantado de saludarle, doctor — contesté. Tenía ganas de reírme, pero no estaba seguro de que las razones para semejante alegría fueran lo suficientemente claras para mí como para darles rienda suelta. Al fin y al cabo, ¿de quién iba a reírme? Llevaba algo en la mano: una probeta con sangre. La sacudí. Ya había coagulado. ¿Quizás tan solo se trataba de una ilusión? ¿A lo mejor lo que había ocurrido no eran más que impresiones mías?

— Quisiera plantearles algunas cuestiones relacionadas con… eh… con los fantasmas. — La voz de Sartorius iba y venía. Era como si estuviera llamando con insistencia a mi consciente. Me defendía de ella, mientras seguía mirando fijamente la probeta con la sangre coagulada.

— Llamémoslos criaturas F — sugirió rápidamente Snaut.

— Ah, perfecto.

En el centro de la pantalla se dibujaba una línea vertical que indicaba que estaba recibiendo dos canales al mismo tiempo, en los laterales debería estar viendo las caras de mis interlocutores. Sin embargo, el cristal estaba oscuro y tan solo un estrecho reborde, a lo largo del marco, confirmaba el correcto funcionamiento del aparato.

— Cada uno de nosotros ha llevado a cabo múltiples análisis. — De nuevo, la misma prudencia en la voz nasal del interlocutor. Un instante de silencio —. Quizás podríamos poner en común lo que sabemos y, a continuación, expondré las conclusiones a las que he llegado personalmente… Empiece usted, doctor Kelvin…

— ¿Yo? — dije.

De pronto, noté la mirada de Harey. Deposité la probeta sobre la mesa, que se alejó rodando hasta detenerse debajo de los soportes de cristal, y me senté en un alto trébede que había acercado con el pie. En un primer momento, tuve ganas de contárselo todo, pero, ante mi propia sorpresa, dije:

— Está bien. ¿Un pequeño grupo de discusión? ¡Bien! Lo que he hecho y nada viene a ser lo mismo, pero puedo contarlo. Un preparado histológico y un par de reacciones. Microrreacciones. He tenido la impresión de…

Hasta ese momento, no había tenido ni idea de qué era lo que debía decir. Pero de pronto, empecé a hablar sin reservas.

— Todo está dentro de la norma, pero se trata de un mero camuflaje. Una máscara. De alguna manera, es una superréplica: una recreación más precisa que el original. Es decir, donde, en el caso de un humano, llegamos al límite de los granulocitos, al límite de toda división estructural, ¡aquí el proceso sigue adelante gracias al empleo de materia subatómica!

— Un momento. Un momento. ¿Cómo se lo explica? — trató de indagar Sartorius. Snaut no contestó. ¿Quizás era suya la acelerada respiración que escuchaba por el auricular? Harey me miró. Me di cuenta de que, a causa de la excitación, casi había gritado las últimas palabras. Cuando me calmé, me incliné sobre el incómodo taburete y cerré los ojos. ¿Cómo expresarlo?

— Los átomos constituyen el elemento básico en la construcción de nuestros cuerpos. Supongo que las criaturas F se componen de unidades todavía más pequeñas que los habituales átomos. Mucho más pequeñas.

— ¿De mesones…? — sugirió Sartorius, que no mostraba la menor sorpresa.

— No, mesones no… Los mesones podrían verse. La resolución del aparato que he empleado es de diez elevado a menos veinte ángstroms, ¿verdad? Pero en ningún momento se ve nada. Por lo tanto, no se trata de mesones, sino más bien de neutrinos.

— ¿Cómo es posible? Los conglomerados de neutrinos no son estables…

— No lo sé. No soy físico. Quizás exista un campo de fuerza que los estabilice. Mi especialidad es otra. De todas formas, si tuviera razón, la materia la constituirían partículas unas diez mil veces más pequeñas que los átomos. ¡Pero eso no es todo! Si las moléculas de proteínas y células estuviesen formadas directamente por estos «microátomos», tendrían que ser, en proporción, más pequeñas. Lo mismo para los glóbulos y las enzimas, lo mismo en todos los casos, pero no es así. ¡De ahí se deduce que todas las proteínas, células, núcleos celulares son tan solo una tapadera! ¡La verdadera estructura responsable del funcionamiento de un «visitante» está aún más oculta!

—¡Kelvin! — Snaut ahogó un grito. Me detuve, aterrado. ¡¿He dicho «visitante»?! Sí, pero Harey no me ha oído. Además, no habría entendido nada. Estaba mirando por la ventana, con la cabeza apoyada en el hombro, y su pequeño y limpio perfil se dibujaba sobre la aurora de color púrpura. El auricular permaneció en silencio; únicamente se oía una respiración lejana.

— Hay algo de eso — balbuceó Snaut.

— Sí, es posible — añadió Sartorius—; solo tenemos un problema, y es que el océano no está formado por las hipotéticas partículas de Kelvin, sino por las normales.

— Quizás sea capaz de sintetizar también estas — observé. De pronto, me sentí apático. Aquella conversación ni siquiera era divertida, más bien innecesaria.

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