El suelo de la cabina de teléfono se estremeció. Se hundían lentamente en la tierra. Harry miraba aprensivo como el pavimento parecía levantarse para arriba más allá de las ventanas de cristal de la cabina hasta que la oscuridad se cerró sobre sus cabezas. Entonces no pudo ver nada de nada; sólo podía oír el ruido que hacía la cabina atravesando la tierra. Después de un minuto, aunque a el le pareció mucho más, una rendija de luz dorada iluminó sus pies, y, ensanchándose, subió por su cuerpo hasta que le dio en la cara y tuvo pestañear para evitar que los ojos le llorasen.
-El Ministerio de la Magia les desea un día agradable-, dijo la voz de la mujer.
La puerta de la cabina de teléfono se abrió con un resorte y el Sr Weasly caminó fuera, seguido por Harry con la boca abierta.
Estaban parados en un extremo de un pasillo muy largo y espléndido, con un suelo de madera oscura muy pulida. El techo de azul pavo real tenía destelleantes símbolos de oro que se movían y cambiaban como un enorme tablón de anuncios celestial. Las paredes a cada lado eran de oscura y brillante madera artesonada y tenían muchas chimeneas doradas fijadas en 139
ellas. Cada pocos segundos una bruja o un mago emergían de una de las chimeneas de izquierdas con un whoosh suave. En el lado derecho, había formadas pequeñas colas delante de cada chimenea esperando para partir.
En el centro del pasillo había una fuente. Un grupo de estatuas de oro, más grandes que el tamaño natural, colocadas en el centro de un estanque circular. El más alto de ellos todos era un mago de aspecto noble con su varita apuntando al aire. Agrupados alrededor de el había una bruja maravillosa, un centauro, un duende y un elfo domestico. Los últimos tres mirando adorablemente a la bruja y al mago.
Brillantes chorros de agua volaban de las puntas de sus varitas, de la punta de la flecha del centauro, de la punta del duende y de cada una de las orejas del elfo domestico, de modo que el tintineante silbido del agua cayendo se unía a los estallidos y cracks de los aparatos y al estruendo de una confusión de pasos de centenares de brujas y magos, la mayoría de ellos de aspecto malhumorado. Dirigiéndose a grandes pasos hacia un sistema de puertas doradas en el extremo lejano del pasillo, el Sr. Weasley indicó a Harry el camino.
-Por aquí-, dijo el Sr. Weasley.
Cruzaron la puerta, caminando a su manera entre los trabajadores del ministerio, algunos de los cuales llevaban tambaleantes pilas de pergaminos, otros carteras estropeadas y otros leían el diario El Profeta mientras caminaban.
Al pasar por la fuente Harry vio Sickles de plata y Knuts de bronce en él del fondo del estanque. En un pequeño cartel se podía leer:
"TODOS LOS INGRESOS DE LA FUENTE DE LA HERMANDAD MÁGICA SERÁN DONADOS AL HOSPITAL
SAN MUNGO PARA ENFERMEDADES Y LESIONES
MÁGICAS".
Harry se encontró a él mismo pensando desesperadamente, 'si no me expulsan de Hogwarts, pondré diez Galeones'.
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-Por aquí, Harry-, dijo el Sr. Weasley. Salieron de la corriente de los empleados del ministerio que se dirigían hacia las puertas de oro. Sentado en un escritorio a la izquierda, debajo de un cartel que ponía “Seguridad”, un mago mal afeitado con un traje azul pavo real, miró hacia arriba cuando se acercaron, y bajó su ejemplar de El Profeta.
-Estoy escoltando a un visitante-, dijo el Sr. Weasley, señalando a Harry.
-Camina hasta aquí-, dijo el mago con voz aburrida.
Harry se aproximó y el mago cogió una barra de oro larga, delgada y flexible como una antena de coche, y la pasó arriba y abajo por delante y por detrás de Harry.
-Varita-, gruñó el mago de seguridad a Harry, dejando el instrumento de oro y extendiendo su mano.
Harry entregó su varita. El mago la metió en un extraño instrumento de cobre, que parecía una pesa, pero con un solo plato. Comenzó a vibrar y una tira estrecha del pergamino salió apresuradamente de una ranura de la base. El mago lo cortó y leyó lo que estaba escrito en el.
-Once pulgadas, núcleo de pluma de Fénix, cuatro años de uso.
¿Es correcto?-
-Sí-, dijo Harry nervioso.
-Yo guardo esto-, dijo el mago, clavando el trozo de pergamino en un pequeño punto de cobre amarillo. -Te devuelvo esto otro-, añadió, empujando la varita hacia Harry.
-Gracias-.
-Espera…- dijo el mago lentamente.
Sus ojos fueron desde la placa de plata del pecho de Harry hasta su frente.
-Gracias, Eric-, dijo el Sr. Weasley con firmeza, y agarrando a Harry por los hombros lo dirigió lejos del escritorio y nuevamente dentro de la corriente de los magos y de las brujas que caminaban a través de las puertas de oro.