Harry sabía que estaba apretando su varita. Las calles que recorrían estaban casi desiertas, pero cuando llegaron a la pequeña y miserable estación de metro la encontraron lleno ya de madrugadores viajeros.
Como siempre que se encontraba cerca de Muggles que iban a sus trabajos, el Sr. Weasley pudo contener con dificultad su entusiasmo.
-Simplemente fabuloso-, susurró, indicando las máquinas automáticas de tickets. -Maravillosamente ingenioso-.
-Están fuera de servicio-, dijeron a Harry, señalando el letrero.
-Sí, pero incluso...- dijo radiante el Sr. Weasley cariñosamente hacia ellos. Por eso compraron sus tickets a un somnoliento taquillero (Harry se encargó de la compra, ya que el Sr. Weasly no se manejaba bien con el dinero Muggle) y cinco minutos más tarde estaban a bordo de un metro que les llevaba hacia el centro de Londres. El Sr. Weasly se permanecía ansioso comprobando y re-comprobando el mapa del metro sobre las ventanas.
-Cuatro paradas más, Harry… Ahora faltan tres paradas… dos paradas para llegar, Harry…- Bajaron en una estación en pleno centro de Londres, y se alejaron del tren entre una marea de hombres y mujeres cargados de carteras.
Subieron por las escaleras automáticas, pasaron por las barreras (el Sr. Weasly quedó encantado de cómo se traba su ticket), y emergieron en una amplia calle con edificios de líneas imponentes y ya llena de tráfico.
-¿Dónde estamos?- dijo inexpresivamente el Sr. Weasley y durante un instante el corazón de Harry se paró creyendo que se 137
habían equivocado de estación a pesar de las continuas comprobaciones del Sr. Weasley en el mapa. Pero un segundo después el dijo, -¡ah si…! por aquí, Harry-, y le siguió a una calle lateral.
-Lo siento-, dijo, -pero nunca vengo en tren y todo parece diferente desde la perspectiva de un Muggle. De hecho, ni siquiera he utilizado nunca antes la entrada de visitantes-.
Cuanto más lejos caminaron, los edificios se hacían menos imponentes, hasta que al final llegaron a una calle que contenía varias oficinas de aspecto lastimoso, un pub y a un llamativo skip.
Harry había esperado un lugar un poco más impresionante para el Ministerio de Magia.
-Ya estamos-, dijo el Sr. Weasley brillantemente, señalando en una vieja cabina de teléfonos roja, a la que le faltaban varios cristales del cristal y permanecía ante una pared llena de graffitis.
-Después de ti, Harry-.
Él abrió la puerta de la cabina de teléfono.
Harry entró, preguntándose que demonios significaba eso. El Sr.
Weasley se aplastó al lado de Harry y cerró la puerta. Estaban bastante apretados; Harry estaba encajado contra el aparato de teléfono, el cual colgaba torcido de la pared como si un vándalo hubiera intentado arrancarlo.
El Sr. Weasley alcanzó el receptor.
-Sr. Weasley, creo que esto puede estar fuera de servicio también-, dijo Harry.
-No, no, estoy seguro de que está en servicio-, dijo el Sr.
Weasley, sosteniendo el receptor sobre su cabeza y mirando con fijeza en el dial. -Veamos... seis...- él marcó el número, -
dos...cuatro... y otro cuatro... y otros dos...-
Mientras que el dial giró zumbando suave,nuevamente dentro de lugar, una voz femenina fresca sonaba dentro de la caja de teléfono, no del receptor en mano de Sr. Weasley, pero tan alto y claro como si una mujer invisible estuviese dentro con ellos.
-Bienvenidos al Ministerio de Magia. Por favor indiquen su nombre y ocupación-.
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-E...- dijo el Sr. Weasley, dudando si debía o no hablar al receptor. Él lo arregló colocando el micrófono en su oreja, -
Arthur Weasley, Oficina del uso incorrecto de los artefactos Muggle, acompañando a Harry Potter que tiene una audiencia disciplinaria...-
-Gracias-, dijo la voz femenina. -El visitante, tome la insignia y colóquesela en su ropa-.
Hubo un traqueteo y un click, y Harry vió algo que se deslizó por el tobogán que devolvía normalmente las monedas. Lo recogió, era una placa cuadrada plateada con la inscripción “Harry Potter, Audiencia Disciplinaria”. Lo fijó al frente de su camiseta mientras la voz femenina habló de nuevo.
-Visitante al ministerio, se le solicita que se someta a un reconocimiento y que presente su varita para registrarla en el mostrador de seguridad, que está situado al final del patio-.