declaró Hermione, cerrando el periódico – En especial otro medio humano. Tú observaste la expresión en su rostro cuando vio a Firenze.
Después del desayuno Hermione partió hacia su clase de Aritmancia y Harry y Ron siguieron a Parvati y Lavender hacia el vestíbulo, encaminándose hacia Adivinación
-¿No vamos a subir a la Torre Norte? – preguntó Ron, confundido, mientras Parvati bordeaba la escalera de mármol.
Parvati lo miró desdeñosamente por encima del hombro.
- ¿Cómo esperas que Firenze suba esa escalera? Ahora estaremos en el aula once, lo colocaron en el tablón de anuncios de ayer.
El aula número once se encontraba ubicada en la planta baja a lo largo del corredor que conducía hacia el vestíbulo y en frente del Salón Principal. Harry sabía que esta era una de aquellas aulas que no se usaban habitualmente, por lo que tenía la apariencia ligeramente descuidada de una alacena o un depósito. Cuando entró, justo detrás de Ron, se encontró un claro en medio de un bosque, por lo que se quedó momentáneamente pasmado.
- ¿Qué le...........?
El piso del aula se había convertido en una banda musgosa donde crecían los árboles; sus ramas frondosas abanicaban a través del techo y las ventanas, logrando que la habitación estuviera repleta de suaves, moteados, verdes rayos de luz. Los estudiantes que ya habían llegado estaban sentados en el piso de tierra con sus espaldas descansando contra los troncos de los árboles o grandes rocas redondas, los brazos rodeando sus rodillas o plegados apretadamente sobre sus pechos, y luciendo todos bastante nerviosos. En mitad del claro, donde no había árboles, esperaba Firenze.
-Harry Potter – exclamó, tendiéndole la mano cuando Harry entró.
-Er.... Hola – saludó Harry, estrechando la mano del centauro, quien lo examinó sin pestañear a través de sus ojos asombrosamente azules, pero no sonrió – Er.... es bueno verte.
605
-Lo mismo digo – replicó el centauro, inclinando su cabeza rubio claro – Estaba predicho que nos volveríamos a encontrar.
Harry notó que en el pecho de Firenze se dibujaba una sombra con la forma de una pezuña. Mientras procedía a reunirse con el resto de la clase en el terreno, observó que todos le miraban con una expresión de temor, por lo visto profundamente impresionados por los términos en que él había hablado con Firenze, a quien al parecer encontraban intimidante.
Cuando la puerta se cerró y el último estudiante se hubo sentado en un tocón de árbol al lado de la papelera, Firenze hizo un gesto alrededor del salón.
-El professor Dumbledore amablemente acondiciono este salón para nosotros – señaló Firenze, cuando todos estuvieron acomodados – es una imitación de mi hábitat natural. Preferiría enseñar en el Bosque Prohibido que fue, hasta el pasado Lunes, mi hogar.......pero esto ya no es posible.
-Por favor...er....señor – dijo Parvati, jadeante, levantando la mano - ¿Por qué no? Nosotros hemos estado allí con Hagrid, no tenemos miedo.
-No es una cuestión de valor – replicó Firenze – si no de mi posición. No puedo regresar al Bosque. Mi rebaño me ha desterrado.
-¿Rebaño? – preguntó Lavender con voz confundida, y Harry supo que ella estaba pensando en vacas. - ¡Qué......oh!
La comprensión afloró a su cara.
– Hay otros como tú – dijo atónita.
-¿Hagrid los criaba, como a los Thestrals? – preguntó Dean ansiosamente.
Firenze giró su cabeza muy lentamente hacia el rostro de Dean, que en ese momento pareció darse cuenta que había dicho algo muy ofensivo.
-Yo no….quiero decir…..lo lamento – terminó, apenado.
-Los centauros no somos sirvientes o juguetes de los humanos –
afirmó Firenze quedamente. Hubo una pausa antes que Parvati levantara la mano nuevamente.
606
-Por favor, señor......¿por qué los demás centauros lo desterraron?
-Porque estuve de acuerdo en trabajar para el Profesor Dumbledore – respondió Firenze – Piensan que es una traición a nuestra raza.
Harry recordó como, casi cuatro años atrás, el centauro Bane le había gritado a Firenze por permitir a Harry montar en la seguridad de su espalda; él lo había llamado “mulo común”. Se preguntó si habría sido Bane quien había pateado a Firenze en el pecho.
-Comencemos – ordenó Firenze. Meneó su larga cola de palomino, levantó su mano hacia la frondosa cubierta sobre su cabeza, luego la bajo lentamente, y mientras lo hacía, la luz de la habitación se debilito, al punto que ahora parecían estar sentados en un bosque en medio de la noche, y las estrellas aparecieron en el techo. Hubo jadeos y sobresaltos y Ron comento de forma audible:
-¡Caray!
-Acuéstense en el piso – ordenó Firenze con voz suave – y observen el cielo. Ahí está escrita, para todo el que quiera verla, la fortuna de nuestras razas.