Ni rastros quedaban de los tablones ni de las chinches que en ellos moraban. Lonas se extendían sobre los armazones de hierro, y sobre ellas se habían colocado colchones y almohadas rellenas de plumas; las frazadas, coquetamente recogidas, revelaban la blancura de las sábanas. Al costado de cada una de las veinticinco cuchetas había una mesita de luz. De las paredes surgieron unos estantes donde se encontraban obras de Marx, Engels, Santo Tomás de Aquino y San Agustín. En el medio del cuarto había una mesa cubierta con un mantel almidonado. Sobre ella, un cenicero y una caja de 'Kazbeks' sin abrir. (Toda la opulencia creada en una noche fue insertada hábilmente dentro de las cuentas de 'gastos' por los encargados de Contaduría en Butyrsky. Sólo los cigarrillos Kazbeks no pudieron ser ubicados en ninguna parte dentro de los gastos. Sin embargo, el responsable de la prisión había querido dar el toque final con Kazbeks, y lo había hecho de su propio peculio. Esa era la razón por la cual su uso estaba restringido al máximo y había penas tan graves para los infractores).
Pero el rincón más irreconocible, sin lugar a dudas, era aquel donde había sido instalado el balde que oficiaba de letrina. Habían lavado a fondo la pared y luego le habían dado una buena mano de pintura.
En lo alto, un gran candil ardía frente a un icono que representaba a la Virgen y el Niño. La llama se reflejaba sobre otro icono, el del milagroso San Nikolai Mirlikiski. En uno de los estantes había una Madonna, representante de la Religión Católica, y en un nicho hasta entonces vacío, producto de un descuido de los constructores, estaban la Biblia, el Corán y el Talmud. También daba cabida el piadoso nicho a una estatuilla en bronce de Buda. Sus ojos estaban casi cerrados, las comisuras de sus labios aparecían retrotraídas, dando la sensación de que el Buda sonreía.
"Los reclusos, satisfechos por la avena y las papas y algo aturdidos por el aluvión de nuevas impresiones, se desvistieron y se fueron a dormir inmediatamente. Una suavísima brisa mecía las cortinillas de encaje que impedían la entrada de las moscas. Un guardia permanecía en la puerta, que estaba entreabierta, vigilando para que nadie robara un Kazbeks.
"De esta forma retozaron hasta el mediodía, hora en la cual un capitán agitadísimo, de guante blanco, entró rápidamente y dio la voz de ¡Arriba! Los prisioneros se vistieron de prisa e hicieron sus camas. Una mesita redonda cubierta con una tela blanca, fue colocada dentro de la celda, y sobre ella desparramaron ejemplares de las revistas
En medio del enervante silencio, los prisioneros escuchaban. Como habréis apreciado por experiencia propia, el oído es el sentido que más importancia cobra para un preso. Tiene generalmente la visión limitada por paredes y "bozales" en las ventanas. Su sentido del olfato se percude pronto a causa de los malos olores. No tiene muchos objetos que apreciar por el tacto. Pero su oído se desarrolla anormalmente, al punto que al instante capta cualquier sonido, incluso desde el otro extremo del corredor. Los ruidos le informan de lo que sucede en la prisión y del paso del tiempo; están trayendo agua caliente; están sacando a los prisioneros a dar su caminata habitual; están entregando un paquete a alguien.
También esta vez el oído les resolvió la incógnita. Una puerta de acero chirrió del lado de la celda 75 y un crecido número de personas invadió el corredor. Se podía oír una discreta conversación, luego el ruido de pasos ahogados por las alfombras, luego se destacaron voces femeninas, el fru-fru de las polleras, y ya en la puerta de la celda 72, la voz del jefe de la Prisión de Butyrsky; decía en un tono cordial: "Y ahora a la señora, quizás le resultaría interesante visitar una de nuestras celdas. ¿Pero cuál? Digamos que la primera que se nos presente. ¿La 72, por ejemplo? ¡Ábrala, Sargento!