Yo no le había contado a nadie que la misión de la
Había una fila de puestos de periódicos frente a la entrada de la estación de metro North York Centre. El titular del
Normalmente elegía el
Una mujer hindú le había preguntado en Bruselas a Salbanda, el representante forhilnor que se reunía periódicamente con los medios, la simple y directa pregunta de si él creía en algún dios.
Y él respondió, explayándose.
Y evidentemente, cosmólogos de todo el mundo, incluyendo a Stephen Hawking y Alan Guth, fueron entrevistados con rapidez para descubrir si lo que el forhilnor había dicho tenía sentido.
Los líderes religiosos maniobraban para colocarse en buena posición. El Vaticano — con una larga historia de apostar por el cabal o equivocado en los debates científicos— no hacía comentarios, diciendo simplemente que el papa hablaría pronto del asunto. El Wilayat al-Faqih de Irán rechazó las palabras del alienígena. Pat Robertson pedía más donaciones para ayudar a su organización a estudiar las afirmaciones. El moderador de la Iglesia Unida de Canadá abrazó las revelaciones, diciendo que efectivamente era posible reconciliar ciencia y fe. Un líder hindú, cuyo nombre, me di cuenta, se escribía de dos formas diferentes en el mismo artículo, declaró que las afirmaciones del alienígena eran perfectamente compatibles con la creencia hindú. Mientras tanto, Caleb Jones del RMO señaló, en nombre del CSICOP, que no había necesidad de suponer nada místico o supernatural en las palabras del forhilnor.
Cuando l egué al RMO, el grupo habitual de locos de los ovnis se había incrementado con varios grupos religiosos diferentes —algunos con túnicas, otros con velas, algunos cantando, algunos arrodillados en oración—. También había varios agentes de policía, asegurándose de que el personal —incluyéndome a mí pero no sólo para mí— podía entrar con seguridad en el museo; una vez que se abrieron las puertas principales, extendieron la misma cortesía a los visitantes.
Octavillas preparadas con impresoras láser volaban por la acera; una que entreví mostraba a Hollus, u otro forhilnor, con sus pedúnculos exagerados para que pareciesen los cuernos del diablo.
Entré en el museo y l egué a mi despacho. Hollus apareció poco después.
—He estado pensando en la gente que voló la clínica abortista —dijo—. Dijiste que eran fundamentalistas religiosos.
—Bien, eso se supone, sí. Todavía no los han detenido.
—No hay pistola humeante —dijo Hollus.
Sonreí.
—Exacto.
—Pero si son, como sospechas, personas religiosas, ¿qué relevancia tiene?
—Volar una clínica abortista es un intento de protestar por el ultraje moral que perciben.
—¿Y…?—dijo Hollus.
—Bien, en la Tierra, el concepto de Dios está inextricablemente ligado con la moral.
Hollus prestaba atención.
—De hecho, tres de nuestras religiones principales comparten los mismos Diez Mandamientos, supuestamente entregados por Dios en persona.
Susan una vez bromeó conmigo diciendo que el único texto de las escrituras que yo conocía era el Vigésimo Noveno pergamino del Legislador:
Guardaos de la bestia del Hombre, porque es el agente del diablo. Es el único de los primates de Dios que mata por placer, o por lujuria, o por avaricia. Sí, asesinará a su hermano por poseer la tierra de su hermano. No permitáis que se reproduzca en gran número, porque convertirá su hogar en un desierto, y también el vuestro. Expulsadlo. Devolvedlo a la jungla, porque es el emisario de la muerte.