Del enjambre surgieron serpentinas de luz y a su alrededor flotaron otros grupos mucho más pequeños. Pudo ver todo eso a pesar de la oscuridad y de la lluvia. ¡Si al menos hubiera contado con un avión y un cielo despejado! Tenía que verlo desde arriba.
—¿Qué ocurre ahí? —preguntó Gislason.
—No sé. Nunca prestamos mucha atención a los individuos que son demasiado pequeños para aparearse. Es posible que nos hayamos equivocado. Ojalá supiera qué es lo que provoca un comportamiento así. No creo que estos individuos estén ni siquiera al alcance de la vista de otras criaturas, y por tanto no creo que estén reaccionando a un despliegue luminoso. Y me gustaría saber con qué propósito se reúnen. No van a intercambiar material genético. Son demasiado jóvenes. —Hizo una pausa y miró las luces que se movían y resplandecían—. Y también me gustaría saber si sus acciones son inconscientes, o si saben lo que están haciendo.
El grupo de criaturas se dispersó. La barca continuó hacia el sur y hacia el este durante otra hora. No aparecieron más criaturas. ¡Cielos, allí fuera hacía mucho frío! Y daba miedo. Las olas, apenas visibles en la oscuridad, estaban coronadas de espuma blanca.
—Disculpe —dijo finalmente una voz cálida—. Éste es su ordenador Mark Ten Marine Mind, que interviene por segunda vez. Si comprueba la pantalla de su radar, notará que hay un objeto directamente delante de usted, a una distancia estimada de mil metros. Es un objeto sólido que flota en la superficie del agua. No se mueve. Si no desea entrar en contacto con el objeto, por favor modifique el curso. Si quiere entrar en contacto, por favor, reduzca la velocidad.
Gislason apretó el botón rojo.
—Ha indicado que desea manejar la situación por su cuenta. Ahora guardaré silencio.
—Idiota.
La barca redujo la marcha.
Anna miró hacia delante. No veía nada.
—¿Qué es eso?
—Un avión —respondió Gislason—. Debemos largarnos de aquí.
—¿Que debemos qué? Estamos en medio del océano.
—El enemigo puede rastrear esta barca, miembro. Sin duda se da cuenta de eso. No podemos quedarnos aquí. Voy a dejar que Mark Ten Marine Mind siga por su cuenta. Sin duda es lo suficientemente inteligente para hacerlo.
—Ésta es la única barca existente en un radio de varios años luz, y está llena de equipos de investigación. No podemos abandonarla.
—No la abandonamos, miembro. Mark parece ansioso por tomar el mando. Se la dejaremos a él.
—No —dijo Anna.
—Miembro, no tiene otra alternativa.
Ella vio luces más adelante, que subían y bajaban sobre la superficie del océano. Eran tres, pequeñas, pálidas y evidentemente artificiales.
La barca aminoró aún más la velocidad. Anna vislumbró la oscura forma del avión. Las luces indicaban el morro, la cola y el ala.
—No podemos hacer esto —insistió Anna—. Podría perder mi trabajo.
—Créame, miembro Pérez, se verá envuelta en peores problemas si no colabora con la comandante.
La barca viró de lado, moviéndose más violentamente que antes mientras Gislason la acercaba al avión. Cuando estuvieron junto a éste, casi tocando su oscuro costado, se abrió una puerta; brilló una luz amarilla; Anna parpadeó y vio la silueta de una persona recortada contra la luz.
—¿Teniente? —Era una voz masculina.
—Tendremos que amarrar aquí durante un rato. Ayude a Zhang y luego suba al avión —dijo Gislason.
Ella abrió la boca para protestar, pero la expresión de Gislason la obligó a guardar silencio. No era en absoluto una persona agradable, pensó, mientras el hombre que estaba en la puerta aseguraba las amarras. Cuando concluyeron, el hombre se agachó y la ayudó a cruzar hasta el avión. Entonces pudo verlo con claridad: era un hombre alto del este de Asia, vestido de uniforme. Usaba el típico
—Bienvenidos a bordo del
El soldado señaló con la mano una habitación larga y estrecha. En un extremo se veía una hilera de asientos colocados de cara a una pared de metal en la que no había nada más que una puerta cerrada. Los asientos parecían pertenecer a un cohete o a un
—Me temo que no disponemos de comodidades, y debo entregarle un paquete al teniente Gislason. Si toma asiento, le serviré café dentro de un momento.
Se acercó a la fila de asientos y se sentó de cara a la pared. Ésta se encontraba sólo a un metro de distancia. La habitación, brillantemente iluminada, hizo que sintiera más miedo que viajando por mar abierto.
Un par de minutos más tarde volvió a aparecer el soldado asiático. Atravesó la puerta de la pared metálica y regresó casi de inmediato con un tazón en la mano. Era de cerámica pesada y totalmente liso.