Читаем Círculo de espadas полностью

Ésas eran las opciones. Por una parte su libertad, su investigación y la seguridad de los animales de la bahía. Por otra sólo su integridad personal y el hecho de que odiaba que la utilizaran. No tomaba en consideración a Nicholas. No podía hacer nada por él. Si se negaba a cooperar, la comandante encontraría alguna otra forma de llevárselo del recinto.

Lo miró. Él la observaba fijamente, cosa que no había hecho con anterioridad, y la tensión de su cuerpo era evidente. Se obligaba a estar inmóvil mediante un esfuerzo de voluntad, y le suplicaba con la mirada. ¿Para qué?

Miró a la comandante y asintió.

—De acuerdo.

Nicholas bajó la mirada.

—Fantástico —dijo la comandante—. Yoshi Nagamitsu está en este momento en la barca. Llámelo y dígale que irá más temprano. Comuníquele que puede marcharse.

Ella dio un paso en dirección al escritorio.

—Desde aquí no —señaló la comandante—. Gislason la acompañará a otra habitación. Cuando salga de este nivel del recinto tenga cuidado con lo que dice. Los hwar tienen unos aparatos de escucha realmente increíbles. No son para nosotros. Al parecer, se espían entre sí.

Vaya, pensó Anna.

—Gracias por su colaboración, miembro Pérez. Lo recordaremos.

Salió con Gislason. Mientras la puerta se abría, miró a Nicholas por última vez. El hombre tenía la vista clavada en el suelo y los hombros hundidos: la postura de alguien que acababa de recibir… ¿qué? ¿Su sentencia de muerte?

La puerta se cerró y Gislason dijo:

—Por aquí, miembro. —Y la condujo pasillo abajo hasta una habitación igual a la primera: paredes de hormigón gris, alfombra gris y un escritorio de metal gris sobre el que se veía un equipo de comunicación. Llamó a Yoshi.

Por lo general, Yoshi era bastante meticuloso y prefería quedarse hasta el final de su turno; pero esta vez estaba ansioso por marcharse. Anna no sabía con certeza si eso era buena o mala suerte. Si no hubiera estado dispuesto a marcharse de la barca, tal vez ella se habría librado de aquella estúpida conspiración. Y tal vez no. La comandante parecía decidida. Apagó el equipo de comunicación y se volvió hacia Gislason.

En realidad no se parecía mucho a Nicholas. Era de la misma estatura y complexión, incluso del mismo color. La misma piel pálida y el mismo pelo rubio grisáceo. Sus ojos eran verdes, aunque mucho más claros que los de Nick. Pero su rostro era distinto: huesudo y nórdico. Hermoso, aunque a ella no le gustaba especialmente.

—¿Qué le ocurrirá? —preguntó.

—¿A Sanders? Tendrá que preguntárselo a la comandante. —Tenía un leve acento escandinavo.

—Estaba aterrorizado.

Gislason se encogió de hombros.

—¿Espera coraje de un hombre como él? Tenemos el tiempo justo, miembro. Debemos irnos.

<p>XII</p>

Subieron a la planta baja; no encontraron a nadie en la escalera ni en el ascensor. ¿Se debía a la fiesta, la recepción de los diplomáticos? ¿Estaban todos allí? ¿O aquella gente abandonaba el trabajo muy temprano?

No regresaron por el mismo camino por el que ella había llegado con el capitán Van. En lugar de eso, Gislason la condujo por otro pasillo hasta una puerta en la que se leía: SALIDA EXCLUSIVA DE EMERGENCIA — SONARÁ ALARMA. La abrió. Nada ocurrió, salvo que entró un viento frío cargado de lluvia.

A un ademán de él, Anna se cerró la chaqueta, se puso la capucha y salió. Empezaba a oscurecer y la temperatura estaba descendiendo, como la lluvia, que caía sin parar. Una noche espantosa.

Él salió con ella y cerró la puerta.

—En realidad, no deberíamos salir en la barca con mal tiempo —señaló Anna.

Él se llevó un dedo a los labios. Rodearon el recinto siguiendo un sendero abierto en la densa y esponjosa vegetación musgosa. Frente a la entrada principal el sendero se unía al camino que descendía por la colina. Éste había sido apropiadamente abierto: construido con maquinaria y pavimentado con grava de una de las playas. Las piedras eran redondas y resbaladizas y pisarlas resultaba poco seguro. Anna avanzó lentamente y Gislason la siguió.

Cuanto más lo pensaba, más insegura se sentía con respecto al plan. Nicholas sabía mucho más que ella de cuestiones de seguridad. No creía que la reacción de él fuera pura cobardía. Estaba al corriente de lo que iban a hacer y eso lo aterrorizaba. Anna nunca había visto a nadie tan asustado.

Pensó en los servicios secretos de la historia moderna: la SS, la CÍA, el KGB y otros cuyos nombres ya no recordaba porque sólo los había oído mencionar en algún curso sobre atrocidades de la facultad. En teoría, las cosas habían mejorado. ¿Podía afirmarlo?

Mientras bajaba por la colina en dirección a las luces amarillas de la estación de investigación, se le ocurrió que no tenía pruebas que demostraran que alguno de los diplomáticos estuviera involucrado en aquel secuestro. Si no lo estaban, si la comandante actuaba por cuenta propia, entonces ella, Anna, estaría traicionando a su gobierno, lo mismo que a Nicholas y a sí misma.

Un verdadero asco.

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