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A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida.

—¿Crees que deberíamos despertarlo? —preguntó Ron, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo.

Hermione se aproximó cautelosamente al profesor Lupin.

—Eeh... ¿profesor? —dijo—. Disculpe... ¿profesor?

El dormido no se inmutó.

—No te preocupes, querida —dijo la bruja, entregándole a Harry unos pasteles con forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista.

—Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja, cuando la bruja cerró la puerta del compartimento—. Quiero decir que... no está muerto, claro.

—No, no: respira —susurró Hermione, cogiendo el pastel en forma de caldero que le alargaba Harry

Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimento tenía su lado bueno. A media tarde, cuando empezó a llover y la lluvia emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas a las que tenían menos aprecio aparecieron en la puerta: Draco Malfoy y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle.

Draco Malfoy y Harry se habían convertido en enemigos desde que se conocieron, en su primer viaje en tren a Hogwarts. Malfoy, que tenía una cara pálida, puntiaguda y como de asco, pertenecía a la casa de Slytherin. Era buscador en el equipo de quidditch de Slytherin, el mismo puesto que tenía Harry en el de Gryffindor. Crabbe y Goyle parecían no tener otro objeto en la vida que hacer lo que quisiera Malfoy. Los dos eran corpulentos y musculosos. Crabbe era el más alto, y llevaba un corte de pelo de tazón y tenía el cuello muy grueso. Goyle llevaba el pelo corto y erizado, y tenía brazos de gorila.

—Bueno, mirad quiénes están ahí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar; arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. El chalado y la rata.

Crabbe y Goyle se rieron como bobos.

—He oído que tu padre por fin ha tocado oro este verano —dijo Malfoy—. ¿No se habrá muerto tu madre del susto?

Ron se levantó tan aprisa que tiró al suelo el cesto de Crookshanks. El profesor Lupin roncó.

—¿Quién es ése? —preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Lupin.

—Un nuevo profesor —contestó Harry, que se había levantado también por si tenía que sujetar a Ron—. ¿Qué decías, Malfoy?

Malfoy entornó sus ojos claros. No era tan idiota como para pelearse delante de un profesor.

—Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle, con rabia.

Y desaparecieron.

Harry y Ron volvieron a sentarse. Ron se frotaba los nudillos.

—No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso —dijo enfadado—. Lo digo en serio. Si hace otro comentario así sobre mi familia, le cogeré la cabeza y...

Ron hizo un gesto violento.

—Cuidado, Ron —susurró Hermione, señalando al profesor Lupin—. Cuidado...

Pero el profesor Lupin seguía profundamente dormido.

La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los compartimentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía durmiendo.

—Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lupin por la ventanilla, ahora completamente negra.

Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.

—Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cuidado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fuera del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete...

—No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mirando el reloj.

—Entonces, ¿por qué nos detenemos?

El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.

Harry, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se asomaban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total.

—¿Qué sucede? —dijo detrás de Harry la voz de Ron.

—¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron!

Harry volvió a tientas a su asiento.

—¿Habremos tenido una avería?

—No sé...

Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Harry vio la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera.

—Algo pasa ahí fuera —dijo Ron—. Creo que está subiendo gente...

La puerta del compartimento se abrió de repente y alguien cayó sobre las piernas de Harry, haciéndole daño.

—¡Perdona! ¿Tienes alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento...

—Hola, Neville —dijo Harry, tanteando en la oscuridad, y tirando hacia arriba de la capa de Neville.

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Денис Ратманов

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