Hay unos amigos que conversan durante toda una noche sobre las ventajas y las inconveniencias del suicidio. Dos hombres y una mujer que, en los intervalos o en los tiempos muertos que les deja su conversación sobre el suicidio, también conversan sobre la vida sexual de un conocido poeta desaparecido (en realidad ya asesinado) y sobre su mujer. Un poeta acmeísta y su mujer reducidos a la miseria y a la indignidad sin reposo. Una pareja que desde la pobreza y la marginación construye un juego muy simple. El juego del sexo. La mujer del poeta folla con otros. No con otros poetas, pues el poeta y por ende su mujer están en la lista negra y los demás poetas huyen de ellos como si fueran leprosos. La mujer es muy hermosa. Los tres amigos que conversan en los cuadernos de Ansky durante toda la noche, asienten. Los tres la conocen o en alguna ocasión consiguieron verla. Hermosísima. Una mujer imponente. Profundamente enamorada. El poeta también folla con otras mujeres.
No con poetisas ni con las mujeres o las hermanas de otros poetas, pues el acmeísta en cuestión es veneno ambulante y todas lo rehúyen. Además, no puede decirse que sea hermoso.
No, no. Más bien feo. El poeta, sin embargo, folla con obreras a las que conoce en el metro o haciendo cola en alguna tienda.
Feo, feo, pero de trato dulce y una lengua de terciopelo.
Los amigos se ríen. En efecto, el poeta puede recitar, pues su memoria es buena, las poesías más tristes, y las jóvenes y no tan jóvenes obreras derraman lágrimas cuando lo escuchan.
Después se van a la cama. La mujer del poeta, cuya belleza la exime de tener buena memoria, pero cuya memoria es aún más prodigiosa que la del poeta, infinitamente más prodigiosa, se va a la cama con obreros o con marineros de permiso o con inmensos capataces viudos que ya no saben qué hacer con su vida y con su fuerza y a quienes la irrupción de esta mujer maravillosa les parece un milagro. También hacen el amor en grupo.
El poeta, su mujer y otra mujer. El poeta, su mujer y otro hombre.
Generalmente son tríos, pero en ocasiones son cuartetos y quintetos. A veces, guiados por un presentimiento, presentan con pompa y gran protocolo a sus respectivos amantes, quienes al cabo de una semana se enamoran entre sí y nunca más vuelven a verlos, nunca más vuelven a participar en esas pequeñas orgías proletarias, o tal vez sí, eso nunca se sabe. En cualquier caso todo esto acaba cuando el poeta cae preso y ya nadie sabe nada de él, porque lo asesinan.
Después, los amigos vuelven a hablar sobre el suicidio, sobre sus inconvenientes y sus ventajas, hasta que amanece y entonces uno de ellos, Ansky, abandona la casa y abandona Moscú, sin papeles, a merced de cualquier delator. Entonces hay paisajes, paisajes vistos a través del cristal y cristales de paisajes, y caminos de tierra y apeaderos sin nombre en donde se juntan los jóvenes vagabundos escapados de un libro de Makarenko, y hay adolescentes jorobados y adolescentes resfriados a los que les baja un hilo de agua por la nariz, y arroyos y pan duro y un intento de robo que Ansky evita, pero no dice cómo lo evita.
Finalmente aparece la aldea de Kostekino. Y la noche. Y el rumor del viento que lo reconoce. Y la madre de Ansky que abre la puerta y no lo reconoce.
Las últimas anotaciones del cuaderno son escuetas. A los pocos meses de llegar a la aldea murió su padre, como si sólo lo hubiera estado esperando a él para lanzarse de cabeza hacia el otro mundo. Su madre se ocupó del funeral y por la noche, cuando todos dormían, Ansky se deslizó hasta el cementerio y estuvo mucho rato junto a la tumba, pensando en vaguedades.
Por el día solía dormir en la buhardilla, tapado hasta la cabeza, en una oscuridad total. Por la noche bajaba al primer piso y leía a la luz de la chimenea, junto a la cama donde su madre dormía. En una de sus últimas anotaciones menciona el desorden del universo y dice que sólo en ese desorden somos concebibles.
En otra, se pregunta qué quedará cuando el universo muera y el tiempo y el espacio mueran con él. Cero, nada. Esta idea, sin embargo, le da risa. Detrás de toda respuesta se esconde una pregunta, recuerda Ansky que dicen los campesinos de Kostekino. Detrás de toda respuesta inapelable se esconde una pregunta aún más compleja. La complejidad, no obstante, le da risa, y a veces su madre lo oye reírse en la buhardilla, como cuando tenía diez años. Ansky piensa en universos paralelos.
Por aquellos días Hitler invade Polonia y empieza la Segunda Guerra Mundial. Caída de Varsovia, caída de París, ataque a la Unión Soviética. Sólo en el desorden somos concebibles. Una noche Ansky sueña que el cielo es un gran océano de sangre.
En la última página del cuaderno traza una ruta para unirse a los guerrilleros.
Quedaba por dilucidar el escondite para una sola persona en el interior de la chimenea. ¿Quién lo hizo? ¿Quién se escondió allí?