Читаем Un Puerto Seguro полностью

Ophélie asintió. En el momento en que Matt ajustaba las velas para virar, Ophélie lo vio y le gritó algo para hacerse oír por encima del viento al tiempo que señalaba. Cogió los prismáticos, y esta vez no solo vio la tabla, sino también a un hombre aferrado a ella. Hizo un gesto frenético a Matt, que le arrebató a toda prisa los prismáticos, miró y asintió. Juntos arriaron las velas, y Matt puso en marcha el motor para dirigirse a toda velocidad hacia lo que habían visto. Arriar las velas con aquel viento resultó más difícil de lo que parecía.

Tardaron varios minutos en alcanzar la tabla y comprobar que el hombre aferrado a ella era apenas más que un niño. Estaba casi inconsciente, con el rostro grisáceo y los labios morados. Era imposible conjeturar de dónde había salido ni cuánto tiempo llevaba allí. Se encontraba a muchos kilómetros de la orilla. Ophélie estabilizó el velero mientras él bajaba de nuevo a la cabina para coger un cabo resistente. El oleaje había arreciado aún más, y a Ophélie se le hizo un nudo en la garganta al pensar en la imposibilidad de subir al muchacho al velero. Sacarlo del agua sería una proeza hercúlea, pero todavía lo sería más conseguir amarrarlo con el cabo. Cuando se acercaron más a él advirtieron que temblaba como una hoja y los miraba con expresión desesperada.

– ¡Aguanta! -gritó Matt.

Era consciente de que mientras siguiera aferrado a la tabla, no podría atarse la cuerda, pero por otro lado, si se soltaba podía ahogarse. Llevaba un traje de neopreno corto, que sin duda lo había mantenido con vida hasta entonces. Con el corazón en un puño, Ophélie calculó que tendría unos dieciséis años, la misma edad que ahora tendría Chad. El único pensamiento que poblaba su mente era para la mujer que estaba a punto de perder a su hijo y sumirse en un dolor innombrable. No sabía cómo podían salvarlo. Matt tenía una pequeña radio a bordo, pero a excepción del carguero, que se encontraba a varios kilómetros de distancia, no había ninguna embarcación a la vista, y tampoco el guardacostas llegaría a tiempo. Si querían que el chico sobreviviera tendrían que salvarlo ellos. No había forma de saber en qué estado se hallaba ni cuánto rato había pasado en el agua, pero a todas luces no les quedaba mucho tiempo. Matt cogió un chaleco salvavidas de la cabina y antes de lanzarse al agua hizo una pregunta a Ophélie.

– ¿Se ve capaz de maniobrar el barco sola hasta la costa si es necesario?

Ophélie asintió sin titubear. De jovencita había navegado muchos años sola en la Bretaña, a menudo con el mar embravecido y en condiciones mucho más adversas que aquellas. Pero Matt necesitaba cerciorarse antes de dejarla sola a bordo.

Matt hizo una lazada con la cuerda y la llevó consigo al zambullirse en el mar. Instintivamente, el muchacho se aferró a él y a punto estuvo de ahogarlo mientras Matt pugnaba por pasarle la cuerda alrededor del cuerpo. De algún modo consiguió situarse a su espalda mientras el chico agitaba débilmente los brazos y Ophélie presenciaba la angustiosa escena desde cubierta. Le dio la impresión de que tardaba una barbaridad en deslizarle el cabo bajo los brazos y arrastrarlo de vuelta hacia el velero. En aquel instante, Ophélie comprendió lo fuerte que era y el esfuerzo inhumano que estaba realizando. Al acercarse al velero con el muchacho, Matt le gritó algo, y Ophélie entendió al instante a qué se refería. Matt le lanzó la cuerda. Milagrosamente, Ophélie la cazó al vuelo y la sujetó al cabestrante. Sabía lo que debía hacer, pero la cuestión era si sería capaz de hacerlo y salvarlos a ambos. Después de cinco intentos fallidos, cuando ya empezaba a desesperarse, la cuerda quedó bien sujeta, y el cabestrante izó lentamente al muchacho. Apenas le quedaban fuerzas para aferrarse a la cuerda, pero no importaba. Por fin cayó desplomado sobre cubierta. Estaba a punto de perder el conocimiento y temblaba con violencia. Ophélie se volvió hacia Matt, desató la cuerda y se la arrojó.

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