Y navegar en él era todavía mejor. También Matt parecía impaciente por ponerse en marcha. Ophélie se quitó las sandalias, y él la ayudó a embarcar. Puso en marcha el motor, y Ophélie le ayudó a desamarrar. Al poco avanzaban a buena velocidad por la laguna en dirección al mar. Era el día perfecto para salir a navegar.
– ¡Qué barco tan hermoso! -exclamó Ophélie mientras admiraba todos los pequeños detalles que Matt había cuidado con tanto esmero en sus horas libres.
El pequeño velero era algo de lo que estaba muy orgulloso, y Matt se alegraba de poder compartirlo con ella.
– ¿Cuándo fue construido? -preguntó Ophélie con interés cuando llegaron a la desembocadura de la laguna.
Matt enfiló mar adentro y apagó el motor al notar que la brisa arreciaba un poco. Por un instante, Ophélie saboreó el exquisito silencio del velero, la sensación del océano a sus pies y el viento que henchía las velas. Matt podía manejarlo solo, pero Ophélie se puso a ayudar sin que él se lo pidiera.
– En mil novecientos treinta y seis -repuso con orgullo-. Hace unos ocho años que lo tengo; se lo compré a un hombre que había sido su propietario desde el final de la guerra. Estaba en muy buen estado, pero lo he restaurado bastante.
– Es una maravilla -suspiró.
De repente recordó la promesa que le hiciera a Pip. Asomó la cabeza al camarote y cogió un chaleco salvavidas colgado de un gancho. Matt la miró con cierta sorpresa. Ophélie le había asegurado que era una buena nadadora y además le encantaba navegar.
– Se lo he prometido a Pip -señaló ella a modo de explicación.
Matt asintió mientras el viento los conducía mar adentro. La sensación del barco surcando el agua con infinita dulzura era incomparable. Matt y Ophélie intercambiaron la sonrisa larga y lenta de dos marineros gozando del placer de navegar en un día perfecto.
– ¿Le importa si nos alejamos un poco? -preguntó.
Ophélie negó con la cabeza, extasiada. No le importaba en absoluto dejar atrás la playa y la hilera de casas que la bordeaba. Se preguntó si Pip estaría mirándolos y esperó que sí. Era un espectáculo precioso. Al poco, sentada junto a él al timón, Ophélie le contó la reacción de Pip.
– Supongo que no me había dado cuenta de lo angustiada que está desde…
No terminó la frase, y Matt la comprendió. Ophélie volvió el rostro hacia el sol y cerró los ojos. Matt no sabía qué era más hermoso, si el velero que tanto amaba o la mujer sentada junto a él.
Navegaron largo rato en silencio, hasta perder de vista la playa. Ophélie había prometido a Pip volver pronto, pero resultaba muy tentador seguir adelante y dejar el mundo atrás. Casi había olvidado el alivio que producía navegar en un barco hermoso. Era la sensación más serena que conocía. Matt se alegró de comprobar que era una auténtica marinera y que disfrutaba de la excursión tanto como él había esperado. Por un instante, Ophélie deseó no volver jamás, seguir experimentando siempre aquella sensación extraordinaria de libertad y paz. Hacía años que no se sentía tan feliz y estaba encantada de poder compartir el momento con él.
Rebasaron unos cuantos botes de pesca a los que saludaron con la mano, y en lontananza divisaron un carguero que se dirigía al puerto. Cuando se aproximaban a los Farallones, Matt se asomó como si mirara algo. Ophélie miró en la misma dirección, pero no vio nada. Se preguntó si habría visto una foca o un pez grande, y esperó que no se tratara de un tiburón. Matt le cedió el timón, bajó al camarote en busca de unos prismáticos, volvió a subir y oteó con ellos el horizonte con el ceño fruncido.
– ¿Qué pasa? -preguntó Ophélie.
No estaba preocupada, tan solo sentía curiosidad. Tenía muchas ganas de quitarse el pesado chaleco salvavidas, pero había hecho una promesa a Pip y quería cumplir su palabra por principio, no por necesidad.
– Me ha parecido ver algo hace un momento -repuso Matt-, pero creo que me equivocaba.
El oleaje había crecido un poco, lo cual no molestaba a Ophélie, pero dificultaba la visibilidad. No se había mareado ni una sola vez en toda su vida; de hecho, le encantaba el vaivén del barco, por intenso que fuera.
– ¿Qué cree haber visto? -inquirió con interés al tiempo que se sentaba junto a él.
Matt contempló la posibilidad de regresar, pues se habían alejado mucho y llevaban navegando más de una hora, casi dos, en realidad, impulsados por un considerable viento de popa.
– No estoy seguro… Parecía una tabla de surf, pero estamos demasiado lejos, a menos que se haya caído de un barco.