— Sí, se trata de procesos desvinculados del resto, encerrados en sí mismos, reprimidos, aherrojados, una especie de focos de inflamación de la memoria. Los consideró una receta, un plan de construcción… ya sabes cuánto se parecen entre sí las estructuras cristalinas asimétricas de los cromosomas y las uniones nucleínicas de los cerebrósidos que constituyen el substrato de los procesos de memorización… El plasma hereditario es, al fin y al cabo, un plasma «memorizante». Así que nos lo extrajo, tomó apuntes y más tarde… ya sabes lo que pasó después. Pero ¿por qué lo hizo? ¡Bah! En cualquier caso, no para destruirnos. Eso le habría resultado mucho más fácil. En realidad, con semejante libertad tecnológica, pudo haber hecho cualquier cosa; por ejemplo, colocarnos dobles.
—¡Ah! — grité —. ¡Por eso te asustaste tanto la primera noche cuando llegué!
— Sí. De todas formas — añadió —, quizás lo hiciera. ¿Cómo puedes saber si soy de verdad el viejo Rata bonachón que llegó aquí hace dos años…?
Empezó a reírse en voz baja, como si mi asombro le causara una enorme satisfacción, pero enseguida cesó.
— No, no — murmuró —, basta de tonterías… Quizás haya más diferencias, pero solo conozco una: tanto a ti como a mí se nos puede matar.
— ¿Y a ellos no?
— No te aconsejo que lo intentes. ¡Es un espectáculo lamentable!
— ¿Con nada?
— No lo sé. En cualquier caso, no mediante veneno, ni con un cuchillo, ni ahorcándolos…
— ¿Con un lanzallamas atómico?
— ¿Lo intentarías?
— No lo sé. Si uno sabe que no se trata de humanos…
— Resulta que sí lo son, en cierto sentido. Subjetivamente, son humanos. Aunque no tengan ni idea de su… procedencia. Te habrás dado cuenta, ¿no?
— Sí. Entonces… ¿qué les pasa?
— Se regeneran a un ritmo increíble. A un ritmo imposible, delante de tus narices, te lo aseguro, y de nuevo empiezan a comportarse como… como…
— ¿Como qué?
— Partiendo del conocimiento que tenemos de ellos, esos registros de memoria según los cuales…
— Sí. Es cierto — consentí. No presté atención a que la pomada se empezaba a deslizar por mis quemadas mejillas y goteaba sobre mis manos.
— ¿Gibarian lo sabía? — pregunté de pronto. Me miró con seriedad.
— ¿Si sabía lo mismo que nosotros?
— Sí.
— Casi seguro que sí.
— ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo dijo?
— No, pero encontré un libro en su habitación…
—¡¿El
— Sí. Pero ¿cómo es posible que tú lo sepas? — preguntó con repentina inquietud, clavándome sus ojos. Negué con la cabeza.
— Tranquilo — dije —. ¿No ves que he sufrido quemaduras y mi piel no se está regenerando en absoluto? Había una carta para mí en la cabina.
—¡¿Qué dices?! ¿Una carta? ¿Qué decía?
— No mucho. En realidad, era una nota, no una carta. Referencias bibliográficas al anexo solarista, al mencionado
— Una vieja historia. Es posible que tenga algo que ver con esto. Toma.
Del bolsillo, sacó un fino tomo forrado en piel, de esquinas desgastadas, y me lo tendió.
— ¿Y Sartorius…? — pregunté, guardando el libro.
— Sartorius, ¿qué? Cada uno, en una situación así, se comporta como… puede. Él intenta ser normal, lo que en su caso se traduce en el comportamiento de un oficial.
—¡Qué dices!
— Por supuesto que sí. Hace tiempo nos vimos en una situación… dejemos de lado los detalles, lo que importa es que nos quedaban quinientos kilogramos de oxígeno para cinco. Uno tras otro, dejamos de realizar las actividades cotidianas; al final, todos llevábamos barba, él era el único que se afeitaba, se limpiaba los zapatitos; es de ese tipo de personas. Obviamente, cualquier cosa que haga ahora será fingimiento, comedia o crimen.
— ¿Un crimen?
— Vale, un crimen no. Tenemos que inventarnos una palabra nueva para referirnos a él. Por ejemplo: «divorcio de reacción». ¿Suena mejor?
— Eres tremendamente gracioso — dije.
— ¿Preferirías verme llorar? Propón tú algo.
— Déjame en paz.
— No, lo estoy diciendo en serio: ahora sabes más o menos lo mismo que yo. ¿Tienes algún plan?
—¡Menudo eres! No sé qué hacer cuando… vuelva a aparecer, ¿aparecerá de nuevo?
— Más bien sí.
— ¿Y por dónde consiguen entrar? Si la Estación es hermética… A lo mejor la coraza…
Negó con la cabeza.
— La coraza no tiene ningún problema. No tengo ni idea de qué forma lo hacen. Habitualmente los visitantes acuden al despertar y lo cierto es que, de vez en cuando, tenemos que dormir.
— ¿Un cerrojo?
— No sirve de mucho. Quedan ciertas medidas, ya sabes cuáles.
Se puso de pie. Yo también.
— A ver, Snaut… ¿Te refieres a destruir la Estación y pretendes que tome yo la decisión?
Sacudió la cabeza.
— No es tan sencillo. Por supuesto, siempre podemos huir, aunque sea hasta el sateloide y desde allí emitir una señal de SOS. Está claro que nos tratarán como a locos, nos mandarán a un balneario en la Tierra, hasta que nos portemos bien negándolo todo; siempre hay casos de locura colectiva en centros tan aislados… Eso no sería lo peor. Un jardín, la tranquilidad, unas habitacioncitas blancas, paseos de la mano de los enfermeros.