Читаем La Torre de Wayreth полностью

Pensó que por lo menos así tendría tiempo para reflexionar, estudiar su plan, repasarlo. Estaba empezando a disfrutar del silencio cuando lo sorprendieron unas voces que entonaron una oración. Aquel sonido destruyó la paz reinante. Sintió un escalofrío. La sala seguía tranquila, pero las voces subían de tono y se le clavaban en los oídos.

—Todo sucede por una razón, porque Takhisis quiere que suceda —entonaban los clérigos.

—Todo lo que hago es por gracia de Su Oscura Majestad. Todo lo que hago es merced a Su Oscura Majestad. La libertad es una ilusión.

Mientras escuchaba los cánticos, aquel terrible pensamiento asaltó a Raistlin. «¿Y si tienen razón? ¿Y si estoy haciendo esto porque Takhisis me dicta que lo haga? ¿Y si es ella quien me ha traído a Neraka? ¿Y si es ella quien me ha protegido, me ha salvado y me ha guiado? Me está llevando a mi destrucción...»

Estaba de pie junto a la puerta y lo único que tenía que hacer era darse media vuelta y salir. Se dio la vuelta y se encontró con un muro. Se deslizó a lo largo de la pared, con la esperanza de estar avanzando en el sentido correcto, pero los bultos de los clérigos devotos no le dejaban pasar. Intentó seguir en la otra dirección, pero se encontró dando vueltas en medio de la noche más ciega y asfixiante que jamás hubiera podido imaginar. No encontraba la salida.

Estaba sudando. El medallón de oro que le colgaba del cuello parecía una piedra que quisiera hundirlo en la tierra con su peso. Empezó a dar vueltas sin separar los pies del suelo y a cada paso tropezaba con los cuerpos. Una mano lo agarró por el tobillo y estuvo a punto de parársele el corazón.

«Éste será mi futuro si me entrego a ella —se dio cuenta Raistlin de repente—. Estaré perdido en la oscuridad, separado de mi cuerpo, como Fistandantilus. Estaré solo y asustado, asustado para siempre.»

—Todo lo que hago es por gracia de Su Oscura Majestad. Todo lo que hago es voluntad de Su Oscura Majestad.

«Mentiras... No son más que mentiras —pensó Raistlin—. El miedo, ésa es su voluntad.»

Raistlin se detuvo. Miró fijamente la oscuridad. Y le pareció que la oscuridad parpadeaba.

Cuando por fin terminó la hora de oración y meditación, los peregrinos oscuros se levantaron con el cuerpo entumecido después de haber estado de rodillas y comenzaron a dirigirse a la salida. El hechizo de oscuridad seguía envolviéndolos y tenían que caminar despacio, palpando las paredes. Raistlin encontró la salida sin problemas. Había estado justo a su lado todo el rato.

Cuando llegó de nuevo a la zona principal del templo, dejó escapar un suspiro de alivio. Aunque la iluminación era tenue, al menos había luz.

—Ahora debo cumplir con mis obligaciones —le comunicó su guía con tono de disculpa—, ¿Estaréis bien solo?

Raistlin le aseguró que estaría perfectamente. Ella le explicó cómo llegar al comedor y le dijo que disfrutaba de total libertad para contemplar las maravillas del resto del templo.

—Son pocas las zonas prohibidas. Los aposentos de los Señores de los Dragones, que se encuentran en la torre, y la sala del consejo.

—¿Y las mazmorras? —preguntó Raistlin.

La guía frunció el entrecejo.

—¿Por qué querríais ir allí?

—Soy seguidor de Morgion —contestó Raistlin con su voz más aterciopelada—. Tengo la obligación de llevar nuevos devotos a mi dios. Suele suceder que aquellos que se pudren en las celdas se muestran más receptivos a su llamada.

La guía puso una mueca de repugnancia. La mayoría de los peregrinos oscuros detestaban a Morgion y a sus sacerdotes, y su forma de engatusar a los enfermos. Los atraían con falsas promesas de que recobrarían la salud y les forzaban a llegar a tratos atroces de los que ni siquiera la muerte podía liberarles. La guía de Raistlin repuso en un tono cáustico que podía visitar las mazmorras, si eso era lo que deseaba. Lo previno de que no se perdiera.

—El Señor de la Noche y los demás dignatarios se reunirán aquí una hora antes del comienzo del consejo. Deberíais estar aquí si queréis uniros a ellos.

Raistlin repuso que nada podría hacerle más feliz y prometió estar de vuelta dos horas antes de lo necesario. Su guía lo dejó solo y Raistlin encontró el camino para bajar del nivel superior del templo al inferior. Contó los peldaños mientras bajaba y mentalmente fue haciendo un mapa.

Raistlin encontró a sus amigos en una celda. No se acercó, si no que los observó desde cierta distancia. Los pasadizos de las mazmorras eran angostos y oscuros. En las paredes había unas estructuras de hierro de las que colgaban las antorchas, que proyectaban unos charcos de luz sobre el suelo. El olor era insoportable, una mezcla de sangre, carne putrefacta (normalmente los cadáveres se quedaban varios días encadenados a las paredes antes de que se los llevasen) y desperdicios.

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Андрей Боярский

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