—No logro descubrir el tipo de hechizo que la señora Iolanthe ha conjurado —contestó Raistlin, frunciendo el ceño como si estuviera muy confuso—. Dime, ¿qué pasaría si alguien pasara por debajo del arco?
—Se desata un verdadero infierno —respondió el oficial alegremente—. Las trompetas dan la alarma, o eso me han contado. Yo no lo sé. Nunca ha pasado. Nadie ha cruzado el arco.
—Esas trompetas —dijo Raistlin—, ¿se oyen desde todas partes del templo? ¿Incluso en el salón del consejo?
El draconiano gruñó.
—Por lo que me han contado, hasta los muertos podrían oírlas. El estruendo sería el mismo que si se acabara el mundo.
Raistlin conjuró un hechizo sencillo sobre las telarañas y después se dispuso a irse. Pero se detuvo como si se lo hubiera pensado mejor.
—¿Alguno de vosotros sabrá, por casualidad, dónde han llevado a la elfa que llaman Áureo General? Se supone que tengo que interrogarla. Pensaba que estaría en las mazmorras, pero no la encuentro.
El draconiano no sabía nada. Raistlin suspiró y se encogió de hombros. Bueno, por lo menos lo había intentado. Volvió a subir la escalera, pensando por el camino que la trampa que había dispuesto era tan tosca que había que ser un completo imbécil para caer en ella.
33
El Señor de la Noche. Saldando deudas
Las campanas del templo dieron la hora. Cada vez faltaba menos para el inicio del consejo y Raistlin todavía tenía que volver al piso superior. En cuanto estuvo fuera del alcance de las miradas de los guardias, volvió a esconder las bolsas debajo de la túnica. Se colgó al cuello la cadena de oro con el medallón de fe y así pasó de ser un hechicero a convertirse en un clérigo, y abandonó las mazmorras. Fue contando los escalones para encontrar el camino hasta los niveles más altos del templo, donde ya estaba reuniéndose el séquito del Señor de la Noche.
Raistlin se unió al grupo de Espirituales en una antecámara fuera de la sala del consejo. Se mantuvo apartado, intentando no llamar la atención. No hablaba con nadie y se quedó entre las sombras, con la cabeza agachada y la capucha cubriéndole el rostro. Su cojera era muy pronunciada. Se apoyaba pesadamente en el bastón. Unos cuantos Espirituales lo miraron, y uno parecía dispuesto a acercarse a él.
—Es un seguidor de Morgion —le advirtió otro, y el clérigo cambió de idea.
A partir de ese momento, todos dejaron a Raistlin en la soledad más absoluta.
El Señor de la Noche hizo su aparición, acompañado por un asistente. El Señor de la Noche vestía una túnica negra de terciopelo y sobre ella una sotana bordada con los cinco colores de las cinco cabezas del dragón, Takhisis. Los Espirituales, que también lucían su ropa de gala, se agolparon alrededor. El Señor de la Noche estaba de un humor excelente. Saludó a todos los Espirituales uno a uno y, al final, sus ojos vacíos e inexpresivos se detuvieron en Raistlin.
—Me han dicho que eres devoto de Morgion —dijo el Señor de la Noche—. En muy pocas ocasiones contamos con uno de sus seguidores entre nosotros, sobre todo uno de rango tan alto. Sed bienvenido, Espiritual...
El Señor de la Noche se quedó callado. Entrecerró los ojos. Observó a Raistlin.
—¿Nos hemos visto antes, Espiritual? —preguntó el Señor de la Noche; aunque su voz era agradable, la mirada de sus ojos no lo era—. Hay algo en ti que me resulta familiar. Quítate la capucha. Deja que te vea la cara.
—Mi cara no es muy agradable de ver, Señor de la Noche —contestó Raistlin con voz áspera, lo más diferente de la suya que pudo fingir.
—No soy fácil de impresionar. Esta misma mañana le corté la nariz a un hombre y después le arranqué los ojos —repuso el Señor de la Noche con una sonrisa—. Era un espía y eso es lo que yo hago con los espías.
Raistlin se puso en tensión, maldiciendo su mala suerte. No debería haber acudido. Tendría que haber previsto que corría el riesgo de que el Señor de la Noche lo reconociera. Ni siquiera se molestarían en llevarlo a las mazmorras. El Señor de la Noche lo mataría allí mismo, donde estaba.
—¡Cállate! —ordenó Raistlin por lo bajo. En voz alta, dijo—: Mi señor, he hecho una promesa a Morgion...
—¡Quiero verte la cara! —El Señor de la Noche cogió su medallón de la fe y empezó a rezar—. Takhisis, escucha mi oración...
Lentamente, con movimientos vacilantes, Raistlin se llevó las manos a la capucha y empezó a retirarla.