Читаем La Torre de Wayreth полностью

Como todas las salas del templo, el salón circular del consejo existía entre el plano etéreo y el mundo real, y estaba diseñado para inquietar a aquel que lo mirara. Todo era como parecía ser y nada era lo que parecía. El suelo de granito negro se movía bajo los pies. Las paredes eran del mismo granito negro y daban la sensación de que se elevaban como una ola, a punto de tragarse el mundo.

Raistlin levantó la vista hacia el cielo abovedado y se quedó atónito al ver varios dragones sobre los aleros. Estaba mirando a los dragones y preguntándose cómo influirían en sus planes, cuando de repente tuvo la impresión de que el cielo se desplomaba sobre él. Sin querer, se encogió y oyó que la peregrina oscura dejaba escapar una risita seca. Raistlin clavó la mirada en el techo hasta que dejó de sentir el vacío en la boca del estómago que uno suele sentir cuando cae desde cierta altura.

—En esas cuatro plataformas están los tronos sagrados de los Señores de los Dragones —explicó su guía, señalando las tribunas—. La blanca es para lord Toede, la verde para Salah-Kahn, la negra para Lucien de Takar y la azul para la Dama Azul, Kitiara uth Matar.

—Las plataformas son bastante ridículas —comentó Raistlin.

La guía se puso tiesa, ofendida.

—Resultan imponentes.

—Ruego que me perdones —dijo Raistlin—. Lo que quería decir es que las plataformas no son lo suficientemente grandes para albergar a los Señores de los Dragones y a todos sus guardias. ¿No tenéis miedo de los asesinos?

—Ah, ya entiendo lo que queréis decir —repuso la guía con sequedad—. Sólo se permite acceder a las plataformas a los Señores de los Dragones. Los guardias se quedan en la escalera que lleva a la tribuna y rodean la plataforma. Es imposible que llegue hasta allí ningún asesino.

—Supongo que el trono grande y decorado con todas esas piedras preciosas en la parte de delante del salón es el del emperador, ¿verdad?

—Sí, ahí es donde se sentará Su Majestad Imperial. ¿Y veis el balcón oscuro sobre el trono?

A Raistlin le resultaba difícil mirar a ningún otro sitio. Sus ojos siempre acababan atraídos hacia esa zona en sombra, y ya sabía a qué estaba dedicado el balcón antes de que su guía se lo dijera.

—Ése es el lugar por el que nuestra reina hará su entrada triunfal en el mundo. Sois afortunado, Espiritual. Estaréis allí con ella.

—¿Estaré allí? —preguntó Raistlin, sorprendido.

—El emperador tiene su trono por debajo. Nuestro Señor de la Noche se quedará cerca de Su Oscura Majestad y los dignatarios como vos, Espiritual, estaréis de pie a su lado.

La peregrina suspiró con envidia.

»Sois muy afortunados de estar tan cerca de Su oscura Majestad.

—Ciertamente —contestó Raistlin.

Había planeado con su hermana que se uniría a ella en su plataforma. Desde allí podría utilizar su magia. Aquel plan no carecía de riesgos. Quedaría a la vista de todos los asistentes al consejo, incluido Ariakas. Y aunque Raistlin iba vestido como un clérigo, en cuando empezara a conjurar su hechizo, todos sabrían que era un hechicero. Cuanto más pensaba en ello, más cuenta se daba de que le iría mucho mejor la plataforma del Señor de la Noche.

«Estaré situado sobre Ariakas —pensó—. El emperador estará de espaldas a mí. Es verdad que tendré cerca a Takhisis, pero no me estará prestando ninguna atención. Todo su ser estará concentrado en sus Señores de los Dragones.»

—Deberíamos irnos —dijo la guía—. Es casi la hora de los rituales del mediodía. Podéis acompañarme.

—No querría ser una carga —contestó Raistlin, que llevaba rato preguntándose cómo podría librarse de la mujer, para poder ir a explorar por su cuenta—. Ya encontraré yo solo el camino.

—La asistencia es obligatoria —repuso la guía fríamente.

Raistlin maldijo para sí, pero no había nada que pudiera hacer. Su guía lo alejó del salón a través del laberinto del templo. Pronto se confundieron con una muchedumbre de clérigos oscuros y soldados que querían entrar en el salón del consejo. Los centenares de cuerpos desprendían un calor asfixiante. Raistlin sudaba debajo de la túnica de terciopelo. Sentía las palmas de las manos húmedas por debajo de los guantes negros y lo acosaba un picor insoportable. Era una sensación muy molesta, estaba deseando quitarse los guantes, pero no se atrevió. Su piel dorada habría provocado un sinfín de comentarios y tenía miedo de que lo reconocieran por la vez que había estado prisionero.

Cuando parecía que la muchedumbre empezaba a dispersarse, un draconiano baaz enorme salió de la nada dando empujones.

—¡Dejad paso! —gritaba el draconiano—. Prisioneros peligrosos. ¡Dejad paso! ¡Dejad paso!

La multitud se apartó como se le ordenaba. Aparecieron los prisioneros. Uno de ellos era Tika, que avanzaba justo detrás del guardia. Los rizos rojos le caían sin vida y enredados sobre la espalda, y tenía los brazos cubiertos de cortes largos. En cuanto se quedaba un poco retrasada, un draconiano baaz le daba un empujón por la espalda.

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Андрей Боярский

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