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Sería preferible que Harry nos enviara la respuesta de ustedes por elmedio habitual, ya que el cartero muggle nunca nos ha entregado una carta yme temo que ni siquiera sabe dónde vivimos.

Esperando ver pronto a Harry, se despide cordialmenteMolly Weasley

P. D.: Espero que hayamos puesto bastantes sellos.

Tío Vernon terminó de leer, se metió la mano en el bolsillo superior y sacó otra cosa.

—Mira esto —gruñó.

Levantó el sobre en que había llegado la carta, y Harry tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa. Todo el sobre estaba cubierto de sellos salvo un trocito, delante, en el que la señora Weasley había consignado en letra diminuta la dirección de los Dursley.

—Creo que si que han puesto bastantes sellos —comentó Harry, como si cualquiera pudiera cometer el error de la señora Weasley.

Hubo un fulgor en los ojos de su tío.

—El cartero se dio cuenta —dijo entre sus dientes apretados—. Estaba muy interesado en saber de dónde procedía la carta. Por eso llamó al timbre. Daba la impresión de que le parecía divertido.

Harry no dijo nada. Otra gente podría no entender por qué tío Vernon armaba tanto escándalo porque alguien hubiera puesto demasiados sellos en un sobre, pero Harry había vivido demasiado tiempo con ellos para no comprender hasta qué punto les molestaba cualquier cosa que se saliera de lo ordinario. Nada los aterrorizaba tanto como que alguien pudiera averiguar que tenían relación (aunque fuera lejana) con gente como la señora Weasley.

Tío Vernon seguía mirando a Harry, que intentaba mantener su expresión neutra. Si no hacía ni decía ninguna tontería, podía lograr que lo dejaran asistir al mejor espectáculo de su vida. Esperó a que tío Vernon añadiera algo, pero simplemente seguía mirándolo. Harry decidió romper el silencio.

—Entonces, ¿puedo ir? —preguntó.

Un ligero espasmo cruzó el rostro de tío Vernon, grande y colorado. Se le erizó el bigote. Harry creía saber lo que tenía lugar detrás de aquel mostacho: una furiosa batalla en la que entraban en conflicto dos de los instintos más básicos en tío Vernon.

Permitirle marchar haría feliz a Harry, algo contra lo que tío Vernon había luchado durante trece años. Pero, por otro lado, dejar que se fuera con los Weasley lo que quedaba de verano equivalía a deshacerse de él dos semanas antes de lo esperado, y tío Vernon aborrecía tener a Harry en casa. Para ganar algo de tiempo, volvió a mirar la carta de la señora Weasley.

—¿Quién es esta mujer? —inquirió, observando la firma con desagrado.

—La conoces —respondió Harry—. Es la madre de mi amigo Ron. Lo estaba esperando cuando llegamos en el expreso de Hog... en el tren del colegio al final del curso.

Había estado a punto de decir «expreso de Hogwarts», y eso habría irritado a tío Vernon. En casa de los Dursley no se podía mencionar el nombre del colegio de Harry.

Tío Vernon hizo una mueca con su enorme rostro como si tratara de recordar algo muy desagradable.

—¿Una mujer gorda? —gruñó por fin—. ¿Con un montón de niños pelirrojos?

Harry frunció el entrecejo pensando que tenía gracia que tío Vernon llamara gordo a alguien cuando su propio hijo, Dudley, acababa de lograr lo que había estado intentando desde que tenía tres años: ser más ancho que alto.

Tío Vernon volvió a examinar la carta.

—Quidditch —murmuró entre dientes—, quidditch. ¿Qué demonios es eso?

Harry sintió una segunda punzada de irritación.

—Es un deporte —dijo lacónicamente— que se juega sobre esc...

—¡Vale, vale! —interrumpió tío Vernon casi gritando.

Con cierta satisfacción, Harry observó que su tío tenía expresión de miedo. Daba la impresión de que sus nervios no aguantarían el sonido de las palabras «escobas voladoras» en la sala de estar. Disimuló volviendo a examinar la carta. Harry descubrió que movía los labios formando las palabras «que nos enviara la respuesta de ustedes por el medio habitual».

—¿Qué quiere decir eso de «el medio habitual»? —preguntó irritado.

—Habitual para nosotros —explicó Harry y, antes de que su tío pudiera detenerlo, añadió—: Ya sabes, lechuzas mensajeras. Es lo normal entre magos.

Tío Vernon parecía tan ofendido como si Harry acabara de soltar una horrible blasfemia. Temblando de enojo, lanzó una mirada nerviosa por la ventana; parecía temeroso de ver a algún vecino con la oreja pegada al cristal.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no menciones tu anormalidad bajo este techo? —dijo entre dientes. Su rostro había adquirido un tono ciruela vivo—. Recuerda dónde estás, y recuerda que deberías agradecer un poco esa ropa que Petunia y yo te hemos da...

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Денис Ратманов

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