—Dijiste la pasada noche que habías venido a Norlandia como comerciante.
—Para negociar un acuerdo comercial. —lason deseaba mantenerse tan ajustadamente a su historia tapadera como fuera posible. Uno no podía contarles a las distintas historias que los helenos habían inventado el paracronión. Además de cambiar todas las condiciones que deseaban estudiar, sería demasiado cruel dejar que los hombres supieran que otros hombres vivían en la perfección—. Mi país está interesado en comprar madera y pieles.
—Hum. De modo que Ottar te invitó a quedarte a su lado. Puedo comprender por qué. No tenemos muchas ocasiones de recibir a personas procedentes de nuestra Madre Patria. Pero un día quiso arrebatarte tu sangre. 6Qué ocurrió?
lason podía haberse refugiado en el derecho a la intimidad, pero eso no hubiera sentado bien. Y una mentira completa sería peligrosa; ante aquel trono, uno estaba automáticamente bajo juramento.
—En una cierta medida, sin lugar a dudas, la falta fue mía —dijo—. Uno de los miembros de su familia, casi adulto, se sintió atraído hacia mí y… llevo mucho tiempo alejado de mi esposa, y todo el mundo me había dicho que los danskar eran partidarios de la libertad antes del matrimonio, y… bien, no quería causar ningún daño. Simplemente alenté… Pero Ottar lo descubrió, y me desafió.
—
Era inútil decir que un hombre civilizado no se enzarza en una lucha violenta cuando existe alguna otra alternativa.
—Considera, mi señor —dijo lason—. Si perdía, estaría muerto. Si ganaba, este sería el final del proyecto de mi compañía. Los Ottarson nunca me hubieran perdonado, 6no? Como mínimo, nos hubieran barrido de sus tierras. Y los peloponesos necesitamos esa madera. Pensé que lo mejor que podía hacer era escapar. Más tarde mis asociados podrían desacreditarme ante Norlandia.
—Hummm…, un extraño razonamiento. Pero eres leal, de todos modos. 0Qué quieres de mí?
—Sólo un salvoconducto hasta… Steinvik. —lason estuvo a punto de decir «Neathenai». Refrenó su vehemencia—. Tenemos un factor allí, y una nave.
Bela lanzó una bocanada de humo por la boca y frunció el ceño a la resplandeciente punta del cigarro.
—Me gustaría saber por qué Ottar se irritó tanto. No parece propio de él. Aunque supongo que cuando la hija de un hombre se halla implicada en el asunto, las cosas resultan algo distintas. —Se inclinó hacia delante—. En lo que a mí respecta —dijo con voz dura—, lo más importante es que esos norlandeses armados cruzaron mis fronteras sin solicitar permiso.
—Una grave violación de vuestros derechos, ciertamente. Bela pronunció una obscenidad de criador de caballos.
—Tú no comprendes. Las fronteras no son sagradas porque Atila lo quiera, digan lo que digan los chamanes. Son sagradas porque son la única forma de mantener la paz. Si no me irrito abiertamente por esta violación, y castigo a Ottar por ella, algún cabezacaliente puede sentirse tentado algún día; y en la actualidad todo el mundo posee armas nucleares.
—¡No deseo ser la causa de ninguna guerra! —exclamó lason, alarmado—. ¡Antes envíame de vuelta a él!
—Oh, no, no digas tonterías. El castigo de Ottar será que le negaré su venganza, sin tener en cuenta los derechos o errores de tu caso. Tendrá que tragarse eso.
Bela se alzó. Colocó su cigarro en un cenicero, levantó el sable, e inmediatamente pareció transfigurado. Un dios pagano hubiera podido hablar por su boca:
—A partir de ahora, lason Philippou, tu persona será sagrada en Dakoty. Mientras permanezcas dentro de nuestros límites, el daño que te hagan es como si me lo hicieran a mí, a mi casa y a mi gente. ¡Que los Tres me protejan!
Su autocontrol cedió. lason se arrodilló y balbuceó su agradecimiento.
—Ya basta —gruñó Bela—. Arreglemos las cosas para tu traslado tan rápido como sea posible. Te enviaré por aire, con un escuadrón militar. Pero, por supuesto, necesitaré el permiso de los reinos que tengas que cruzar. Eso tomará tiempo. Vuelve a tus habitaciones, descansa, te mandaré llamar cuando todo esté preparado.
lason salió de la estancia, aún estremeciéndose.
Pasó un par de agradables horas vagabundeando por el castillo y sus patios. Los jóvenes de la corte de Bela se sentían ansiosos de exhibirse ante un representante de la Madre Patria. Tuvo que admirar el pintoresquismo de su forma de cabalgar, sus torneos, sus concursos de tiro y sus desafíos intelectuales; algo en su interior se emocionó cuando escuchó los relatos de los viajes por las llanuras y los bosques y por el río hacia la fabulosa metrópoli de Unnborg; el canto de un bardo despertó glorias que emocionaban más profundamente que lo que contaba la historia, llegando hasta los instintos del hombre, el mono asesino.
«Pero estas son precisamente las brillantes tentaciones a las que hemos vuelto la espalda en Eutopía. Porque nosotros negamos que seamos monos. Somos hombres que pueden razonar. En eso reside nuestra humanidad.
»Estoy volviendo a casa. Estoy volviendo a casa. Estoy volviendo a casa.»
Un sirviente palmeó su brazo.