Con la penetración que da el yacer despierto en la oscuridad, cuando la propia visión no está distraída y se vuelve para adentro, Roitman comprendió de pronto lo que había echado de menos estos últimos años. Sin duda, era el hecho de que todo lo que estaba haciendo, no lo hacía él mismo.
No había advertido, siquiera, cuándo y cómo había dejado de ser un creador para deslizarse al papel de jefe de otros creadores.
Retiró el brazo que oprimía a su mujer como sí se lo hubieran quemado, arregló la almohada y volvió a ponerse de espaldas.
¡Sí, sí, sí! Era engañoso. Era fácil decir, cuando volvía el sábado a la tarde a su casa y se sentía ya tomado por lo acogedor del hogar y los planes de la familia para el domingo: "¡Valentiné Martynich! ¡Debe resolver mañana cómo podemos librarnos de las distorsiones no lineales! Lev Grigorich, ¿quiere leer este artículo de
¡Muy conveniente!
Y los zeks nunca estaban resentidos con Roitman. Por el contrario, lo estimaban porque no actuaba como un carcelero sino como un ser humano decente.
Pero la creatividad —el júbilo de una locura existosa y la amargura de la derrota inesperada— lo habían abandonado. Librándose de la frazada se sentó en la cama, abrazó sus rodillas y apoyó en ellas su mentón.
¿Qué lo había mantenido tan ocupado, todos estos años? La intriga. La lucha por la prioridad dentro del Instituto. Él y sus amigos hicieron todo lo posible para desacreditar y hacer caer a Yakonov, porque les hacía sombra con su antigüedad y aplomo. Tuvieron miedo de que, personalmente, obtuviera el Premio Stalin sólo para sí. Aprovechando el hecho de que, a pesar de todos sus esfuerzos, Yakonov no había sido admitido en el Partido a causa de las marcas negras en sus antecedentes, los "jóvenes" habían utilizado las reuniones del Partido para urdir su ataque contra él. Introducían en la agenda un informe que él había preparado, y le pedían que se ausentara, mientras lo discutían, o sino lo discutían en su presencia (votando solamente los miembros del Partido) y aprobaban una resolución. De acuerdo a estas resoluciones del Partido, Yakonov estaba siempre equivocado. A veces Roitman tenía lástima de él. Pero no había otra salida.
Ahora todo se había invertido. En su persecución de Yakonov, los "Jóvenes" habían olvidado el hecho de que entre los cinco que formaban el grupo, cuatro eran judíos. Y en estos momentos Yakonov no se cansaba de proclamar desde todas las plataformas, que el cosmopolitismo era él peor enemigo de la patria Socialista.
Ayer, después de la cólera ministerial, un día crucial para el Instituto Mavrino, el prisionero Markushev había propuesto combinar el regulador y el amplificador. Semejante idea era, probablemente, una acabada tontería, pero podría ser presentada al ministerio como una mejora fundamental. De manera que Yakonov ordenó la construcción del amplificador qué se le trasfiriera al GRUPO SIETE, en seguida y ordenó que Pryanchikov fuera trasferido con él. En presencia de Sevastyanov, Roitman, impetuosamente, elevó varias objeciones y comenzó a discutir Pero Yakonov, con un gesto condescendiente como demasiado entusiasta, lo palmeó en la espalda.
¡Adam Veniaminovich! No obligue al ayudante del ministro a pensar que usted pone sus intereses personales por encima de aquellos de la Sección Técnica Especial.
Allí residía la tragedia de su actual situación: ¡lo golpeaban a uno en la cara, y no se podía llorar siquiera! ¡Lo estrangulaban a plena luz del día y uno debía permanecer de pie y aplaudir!
Dieron las cinco, no había oído dar la media hora.
Ya no quería dormir y la cama empezaba a molestarle.
Despacio y con cuidado se deslizó fuera del lecho y metió los pies en las zapatillas. Sin hacer ruido, evitó la silla que se hallaba en su paso, y se dirigió a la ventana, separando los cortinados de seda.
Cuánta nieve había caído!
Del otro lado del patio estaba el más lejano y olvidado rincón de los Jardines Neskuchny, una empinada barranca llena de nieve y cubierta con solemnes pinos blancos. El antepecho de la ventana estaba oculto bajo el esponjoso montón de nieve que el viento adhería a los vidrios.
La nieve casi había dejado de caer.
Los radiadores debajo de la ventana calentaban sus rodillas.