No fue la primera vez que nos portamos con suficiencia. Los evolucionistas se habían cruzado de brazos con arrogancia en 1953 cuando Harold Urey y Stanley Mil er crearon aminoácidos dando descargas eléctricas a la sopa primordial, la idea que tenían entonces de cómo podría haber sido la atmósfera inicial de la Tierra. Estamos a medio camino de crear vida en un tarro, pensamos; el triunfo final de la teoría evolucionista, la prueba de que todo se había iniciado por medio de procesos simples y naturales. Si agitábamos la sopa de la forma correcta aparecerían organismos autorreplicadores ya formados.
Sólo que nunca pasó. Todavía no sabemos cómo pasar de los aminoácidos a la autorreplicación. Y miramos a la célula bajo microscopios electrónicos, vemos cosas en las que Darwin jamás soñó, mecanismos como el cilio que resultan ser tan increíblemente complejos por derecho propio que es casi imposible concebir cómo podrían haber evolucionado por el método de pasito a pasito que permite la evolución, mecanismos que parecían haber sido creados de una pieza con todas sus complejas partes móviles.
Pero, bien, también ignorábamos los argumentos bioquímicos, y con igual suficiencia. Recuerdo que el viejo Jonesy me pasó un artículo del
Y, evidentemente, seguíamos defendiendo que el universo debía estar repleto de vida —no había nada extraordinario en la Tierra, que era, de hecho, mediocre, que planetas como éste eran, bien, tan comunes como la tierra que habíamos usado para bautizar nuestro mundo.
Pero entonces, en 1988, se descubrió el primer planeta extrasolar, orbitando la estrel a HD 114762. Evidentemente, en aquella época no pensábamos que fuese un planeta; pensamos que quizá fuese una enana marrón. Después de todo, era nueve veces más masivo que Júpiter, y orbitaba HD 114762 más cerca de lo que Mercurio órbita al sol. Pero en 1995 se descubrió otro planeta extrasolar, éste era al menos un cincuenta por ciento mayor que Júpiter, y también orbitaba a su madre, la estrel a 51 Pegasi, más cerca que Mercurio al Sol. Y luego se encontraron más y más, todos en sistemas solares muy diferentes al nuestro.
En nuestro sistema solar, los gigantes gaseosos —Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno— orbitan muy lejos de la estrella central, y los planetas interiores son mundos pequeños de roca. En lugar de ser un sistema planetario normal, el nuestro empezaba a parecer una anomalía. Y sin embargo, la disposición de cuerpos en nuestro sistema parecía ser crucial para el desarrol o y mantenimiento de la vida. Sin los efectos gravitatorios de nuestra luna gigante —casi un planeta hermano, formado al principio, cuando un asteroide chocó contra nuestro mundo todavía fundido— la Tierra se agitaría de forma inestable, y nuestra atmósfera sería muy densa, como la de Venus. Y, sin Júpiter patrul ando la frontera entre el sistema solar interior y el exterior, barriendo los cometas y asteroides con su inmensa gravedad, nuestro mundo hubiese recibido impactos con mayor frecuencia. El impacto de un bólido aparentemente casi extinguió toda la vida sobre la Tierra hace 75 millones de años; no hubiésemos podido soportar bombardeos más frecuentes.
Claro está, el sistema solar de Hollus se parecía al nuestro, como también el de los wreeds. Sin embargo, sistemas como el del Sol eran extraordinarios; la excepción, no la regla. Y las células no son simples; son enormemente complejas. Y el registro fósil, mostrando cosas fascinantes pero frustrantes, indica que la evolución procede a saltos más que por la acumulación gradual de cambios.
He pasado toda mi vida adulta siendo un intransigente evolucionista neodarwinista. Está claro que no quiero emitir una retractación en mi lecho de muerte.
Y sin embargo…
Y sin embargo, quizá, como cree Hollus, el puzzle de la vida tenga más piezas.
Sé que la evolución sucede; sé que es un hecho. He visto los fósiles, he visto los estudios de ADN que dicen que nosotros y los chimpancés compartimos un 98,6 por ciento de nuestro material genético, y por tanto debemos tener un antecesor común reciente.
Procediendo a saltos…
Quizá… por medio… de saltos cuánticos.