Esto crea una trampa lo suficientemente grande para que todos caigamos en ella: usted, yo, los Principales-en-Conjunto, el Tejido y el Pueblo. No veo ninguna salida. Tal vez debería usted reflexionar sobre la situación. Tenga en cuenta los modelos informáticos. No presentan buenas perspectivas.
PRIMERA PARTE
NICHOLAS EL MENTIROSO
I
El planeta en el que Anna estaba destacada se encontraba en la posición de la Tierra: a 148 millones de kays de una estrella G2 común invisible desde la Tierra. Más lejos había un planeta doble, una de esas anomalías bastante corrientes para volver locos a los teóricos. Ambos mundos tenían atmósfera: densa, venenosa y de un blanco brillante desde la distancia. Para el planeta de Anna eran el lucero del alba y el lucero de la tarde, creciendo y menguando mientras ambos giraban, uno alrededor del otro. En el punto de mayor separación, la estrella se convertía en dos estrellas, y brillaba a ambos lados en el cielo azul grisáceo del amanecer o del crepúsculo.
Más lejos —al otro lado de su planeta— había cuatro gigantes de gas, todos visibles en el cielo nocturno, aunque ninguno tan brillante como los Gemelos. Nadie se había molestado en poner nombre a los gigantes. No había en ellos nada de particular.
Y eso era todo, salvo los habituales fragmentos de escombros espaciales: cometas y planetoides, lunas y anillos y el oscuro compañero que se desplazaba alrededor del sol G2, a una gran distancia. Era una peculiaridad y convertía el sistema en un punto de trasbordo.
El planeta en el que ella se encontraba era habitable para los seres humanos. La atmósfera era notablemente parecida a la antigua atmósfera preindustrial de la Tierra. El océano se componía de H2O. Poseía dos continentes. Uno se extendía por el hemisferio sur y tenía la forma aproximada de un reloj de arena; el otro, mucho más grande, se extendía desde el ecuador hasta el polo norte y se parecía en cierto modo a un bumerang.
Su estación estaba en medio del reloj de arena, en la costa este del estrechamiento. Hasta hacía poco había sido el único lugar del planeta que contaba con lo que algunos llamaban vida inteligente.
Ahora había otra base en el planeta: en la costa sur del bumerang, exactamente en la curva. La habían instalado los alienígenas que se hacían llamar
II
Las nubes oscuras se alejaban del océano. En las aguas de la bahía se formaron cabrillas. Anna se abrochó la chaqueta mientras salía del edificio principal y echó a andar en dirección a la playa. En lo que allí cubría el suelo —parecía un musgo amarillo— habían brotado tallos de esporas en los últimos días. Eran altos y plumosos y se inclinaban bajo el viento. Comienzos del otoño. Las corrientes oceánicas empezarían a cambiar, convirtiendo las aguas frías que rodeaban el polo en su particular área de estudio. Ellos se reunirían en bahías como ésta, haciéndose señales unos a otros con elaborados despliegues de luz; luego intercambiarían material genético (cuidadosa, muy cuidadosamente, los zarcillos de apareamiento extendiéndose entre los diversos zarcillos urticantes), y luego se reproducirían. Después de eso, si estaban de humor, unos cuantos se dedicarían a rondar y a conversar con los humanos.
Trepó al muelle, que se extendía, largo y articulado, por la bahía.
Éste era su momento preferido del día. Moverse entre los estrechos segmentos constituía una especie de microviaje. Como en todos los viajes, se sintió (un rato) ajena a su vida. No era la persona que había salido de la estación de investigación, ni la que llegaría a la barca de investigación; podía considerar el pasado y el futuro con el mismo espíritu.
En general, reparaba en el presente. El muelle se elevaba y se hundía, respondiendo a su peso y al movimiento del agua. El viento resultaba frío y limpio.
En la Tierra, un día como aquél hubiese estado lleno de gaviotas y de su estrépito; pero en este planeta no había pájaros, y en cuanto a los insectos nativos, el clima los había obligado a ocultarse. Anna escuchó y sólo oyó el agua y el viento y el crujido metálico que los segmentos del muelle producían al rozar unos con otros.
La barca se encontraba en el extremo opuesto del muelle. Más allá de éste, anclada en medio de la bahía, había una masa flotante de comunicación: medía diez metros de largo, era blanca y se llamaba (como era de prever) Moby Dick.
Trepó a la barca y se agachó para entrar en la cabina. Allí estaba Yoshi, bebiendo té y observando las pantallas. La miró.
—Red-rojo-azul llegó anoche, haciendo golpear los flagelos y con buen tiempo.
—Con tres semanas de anticipación —dijo ella.
Yoshi asintió.
—¿La rutina habitual?
Él volvió a asentir, lo que significaba que la criatura había emitido una serie de luces que significaba «saludos… bienvenida… no agresión».