Uno dice que Dios creó a las estrellas y que el universo empieza y termina allí donde Dios quiere. A ése lo echan al espacio. Al resto los duermen. Al despertar el adolescente de catorce se encuentra en una habitación pobre, con una cama pobre y un ropero pobre en donde cuelgan sus ropas de pobre. Al asomarse a la ventana contempla extasiado el paisaje urbano de Nueva York. Las aventuras del joven en la gran ciudad, no obstante, son desgraciadas. Conoce a un músico de jazz que le habla de pollos parlantes y probablemente pensantes.
– Lo peor de todo -le dice el músico- es que los gobiernos del planeta lo saben y por eso hay tantos criaderos de pollos.
El joven objeta que los pollos son criados para que ellos mismos se los coman. El músico contesta que eso es lo que quieren los pollos. Y termina diciendo:
– Putos pollos masoquistas, tienen a nuestros dirigentes cogidos por los huevos.
También conoce a una muchacha que trabaja como hipnotizadora en un burlesque y de la que se enamora. La muchacha tiene diez años más que el joven, es decir veinticuatro, y no quiere enamorarse de nadie, aunque tiene varios amantes, entre ellos el joven, pues cree que el amor consumirá sus poderes de hipnotizadora. Un día la muchacha desaparece y el joven, tras buscarla vanamente, decide contratar los servicios de un detective mexicano que ha sido soldado de Pancho Villa. El detective tiene una extraña teoría: cree en la existencia de numerosas Tierras en universos paralelos. Tierras a las que uno puede acceder mediante la hipnosis. El joven cree que el detective le está estafando su dinero y decide acompañarlo en sus pesquisas.
Una noche encuentran a un mendigo ruso que está gritando en un callejón. El mendigo grita en ruso y sólo el joven entiende sus palabras. El mendigo dice: yo fui un soldado de Wrangel, un poco de respeto, por favor, yo combatí en Crimea y me evacuó un barco inglés en Sebastopol. Entonces el joven le pregunta si estuvo en la batalla en donde él cayó malherido. El mendigo lo mira y dice que sí. Yo también, dice el joven. No puede ser, responde el mendigo, eso fue hace veinte años y tú entonces no habías nacido.
Después el joven y el detective mexicano marchan hacia el oeste en busca de la hipnotizadora. La encuentran en Kansas City. El joven le pide que lo hipnotice y lo vuelva a enviar al campo de batalla en donde debía haber muerto o bien que acepte su amor y no huya más. La hipnotizadora le responde que no puede hacer ni una cosa ni otra. El detective mexicano se interesa por el arte de la hipnosis. Mientras el detective comienza a contarle una historia a la hipnotizadora, el joven abandona el bar de carretera y echa a andar bajo la noche. Al cabo de un rato deja de llorar.
Camina durante horas. Cuando ya está lejos de todo ve una silueta a un lado de la carretera. Es el extraterrestre con forma de alga. Se saludan. Conversan. La conversación es, a menudo, ininteligible. Los temas que tratan son diversos: lenguas extranjeras, monumentos nacionales, los últimos días de Karl Marx, la solidaridad obrera, el tiempo del cambio medido en años terrestres y en años estelares, el descubrimiento de América como una puesta en escena teatral, un hueco abisal -como pintado por Doré- de máscaras. Después el muchacho sigue al extraterrestre que abandona la carretera y ambos caminan por un trigal, cruzan un riachuelo, una colina, otro campo sembrado, hasta llegar a un potrero humeante.
El siguiente capítulo muestra al adolescente, que ya no es un adolescente sino un joven de veinticinco años, trabajando en un periódico de Moscú en donde se ha convertido en el reportero estrella. El joven recibe el encargo de entrevistar a un líder comunista en algún lugar de China. El viaje, le advierten, es extremadamente duro y las condiciones, una vez llegue a Pekín, pueden ser peligrosas, ya que hay mucha gente que no quiere que ninguna declaración del líder chino salga al exterior.
El joven, pese a las advertencias, acepta el trabajo. Cuando, tras muchas penurias, por fin accede al sótano en donde se oculta el chino, el joven decide que no sólo lo entrevistará sino que también lo ayudará a escapar del país. El rostro del chino, iluminado por una vela, tiene un notable parecido con el detective mexicano ex soldado de Pancho Villa. El chino y el joven ruso, por otra parte, no tardan en contraer la misma enfermedad, producida por la pestilencia del sótano. Tienen fiebre, sudan, hablan, deliran, el chino dice ver dragones volando a baja altura por las calles de Pekín, el joven dice ver una batalla, tal vez sólo una escaramuza, y grita hurra y llama a sus compañeros para que no detengan la embestida. Después ambos se quedan largo rato inmóviles, como muertos, y aguantan hasta que llega el día de la fuga.