Era lo mismo que había dicho en el grupo, y muchos de los otros habían cuestionado sus palabras, pero Pip no se atrevía. Sin embargo, la respuesta de su madre la decepcionó, porque Matt le gustaba. No quería enojar a su madre, pero su padre no siempre había sido amable con ella. Le gritaba mucho y a veces se ponía muy desagradable, sobre todo cuando discutían por causa de Chad u otras cosas. Pip quería a su padre y siempre lo querría, pero consideraba que Matt era mucho más simpático, una compañía mucho más agradable.
– Pero Matt es muy simpático, ¿no crees? -insistió, esperanzada.
– Desde luego que sí -asintió Ophélie, de nuevo sonriente y divertida por la actitud de alcahueta de su hija.
Era evidente que Pip estaba medio enamorada de él o que, cuando menos, lo consideraba su héroe.
– Espero que se convierta en un buen amigo nuestro. Estaría bien volver a verlo después del verano.
– Dice que irá a visitarnos a la ciudad, y además me llevará a la cena de padres e hijas, ¿te acuerdas?
– Claro que sí.
Ophélie esperaba que Matt cumpliera su promesa. A Ted nunca se le habían dado bien aquellas cosas. Detestaba ir a las competiciones deportivas de sus hijos o a cualquier acto que se celebrara en la escuela. No le iba, aunque cedía cuando no le quedaba otro remedio.
– Pero probablemente es un hombre bastante ocupado, Pip.
Era la misma excusa con que siempre había justificado a Ted y que sus hijos odiaban escuchar. Siempre había algún pretexto para su ausencia.
– Dijo que me acompañaría -insistió con vehemencia, mirando a su madre con expresión confiada.
Ophélie esperaba que no se llevara una desilusión. En aquel momento resultaba imposible vaticinar si su amistad perduraría, pero ella lo deseaba.
Capítulo 9
Andrea volvió a visitarlas dos semanas antes de que se fueran de la playa. El bebé estaba inquieto, otra vez resfriado y, según su madre, en plena dentición. Lloraba cada vez que Pip lo cogía en brazos; ese día quería a su mamá y solo a su mamá, de modo que al rato Pip se fue a la playa. Iba a posar para Matt durante todo el día; el pintor quería hacer muchos bocetos de ella para el retrato que regalaría a Ophélie.
– Bueno, ¿qué hay de nuevo? -preguntó Andrea cuando el pequeño se durmió por fin.
– No gran cosa -repuso Ophélie con aire relajado mientras se acomodaban al sol.
Transcurrían los últimos días dorados del verano, y estaban disfrutando del tiempo que les quedaba en la playa. Andrea pensó que Ophélie tenía mejor aspecto del que había tenido en mucho tiempo. Los tres meses pasados en Safe Harbour le habían sentado de maravilla. Detestaba la idea de que volviera a la ciudad, a los recuerdos tristes de la casa familiar.
– ¿Qué tal el pederasta? -dijo como quien no quiere la cosa.
Ya sabía que habían trabado amistad con él, y el asunto aún le inspiraba curiosidad. No lo conocía, pero, a juzgar por la descripción de Pip, debía de estar buenísimo. Por su parte, Ophélie apenas había dicho nada, lo que a Andrea le parecía sospechoso. Sin embargo, no se apreciaba ninguna reserva en su mirada, ninguna magia, ningún sentimiento oculto, ninguna sombra de culpa. Al contrario, parecía muy relajada.
– Es tan bueno con Pip. La otra noche cenamos con él.
– Algo raro para un hombre sin hijos… -comentó Andrea.
– Tiene dos.
– Ah, entonces ya se entiende. ¿Los conoces?
– Viven en Nueva Zelanda, con su ex.
– Vaya, ¿cómo es eso? ¿La odia? ¿Está muy tocado?
Andrea era una experta en el tema y a aquellas alturas había visto de todo. Hombres engañados, estafados, abandonados, víctimas de mentiras, jodidos, que odiaban a todas las mujeres durante el resto de sus vidas. Por no hablar de los sexualmente confusos, los que seguían en pareja, los que habían perdido a esposas perfectas, los de mediana edad que nunca se habían casado y los que olvidaban mencionar que seguían casados. Mayores, más jóvenes, de la misma edad. Andrea había salido con todos ellos y estaba dispuesta a cruzar muchas fronteras cuando conocía a un hombre que le gustaba. Aunque estuvieran tocados, a veces resultaban entretenidos durante un tiempo. Pero al menos ella prefería estar al corriente del alcance de los daños.
– Diría que bastante -contestó Ophélie con sinceridad-, y a decir verdad lo siento mucho por él. Claro que no es asunto mío, pero su ex lo jorobó bastante. Lo dejó por su mejor amigo y se casó con él. Luego obligó a Matt a vender la empresa y por lo visto lo ha alejado de sus hijos.
– Madre mía, ¿y qué más le hizo? ¿Le rajó los neumáticos y le incendió el coche? ¿Qué más podía hacerle?
– No gran cosa, por lo que cuenta. Ganó mucho dinero con la venta de la agencia publicitaria que tenían en común, pero no creo que le importe mucho.
– Al menos eso explica por qué se muestra tan amable con Pip. Debe de echar de menos a sus hijos.
– Sí -corroboró Ophélie, pensando en la conversación que habían sostenido la noche de la cena y el modo en que la historia de Matt la había conmovido.