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Con un amable destello en los cristales de sus gafas, Podtyagin se volvió hacia Ganin:

– Ya puede darme la enhorabuena. Hoy los franceses me han concedido el visado de entrada. Tengo ganas de colocarme la gran banda de cualquier orden honorífica y visitar al presidente Doumergue.

Tenía una voz insólitamente agradable, suave, sin altibajos, dulce y de tono mate. Su cara gorda y blanca, con la gris perilla bajo el labio inferior y la mandíbula deprimida, ofrecía una tonalidad entre morena y rojiza, y alrededor de sus ojos de mirada serena e inteligente se formaban arrugas de benévola expresión. De perfil parecía un gran cobayo gris.

– Realmente, me alegro -dijo Ganin-. ¿Cuándo se va?

Pero Alfyorov no permitió que el viejo contestara. Con una sacudida, habitual en él, de su cuello flaco, con sus escasos y dorados cabellos, y grande e inquieta nuez, prosiguió:

– Le aconsejo que se quede aquí. ¿Qué tiene en contra de este país? Aquí, las cosas están claras. Francia es tortuosa, y en cuanto a Rusia, bueno, Rusia es absolutamente imprevisible. Me gusta estar aquí. Hay trabajo, y da gusto pasear por las calles. Puedo demostrarle matemáticamente que si algún sitio hay en el que fijar residencia…

Tranquilamente, Podtyagin le interrumpió:

– Sí, pero ¿qué me dice de las montañas de papel, de los cajones de cartón en forma de ataúd, de los interminables archivos, archivos y más archivos? Las estanterías gimen bajo el peso de los archivos. Y el funcionario policial que me ha atendido casi se ha muerto del esfuerzo que ha tenido que hacer para encontrar mi nombre en los archivos. No puede siquiera imaginar (y, al pronunciar esta palabra, Podtyagin movió de un lado para otro la cabeza, lenta y tristemente) todo lo que hay que hacer para salir, sencillamente, de este país. ¡Y si supiera la gran cantidad de formularios que he tenido que llenar…! Por fin, hoy he comenzado a tener esperanzas de que pusieran en mi pasaporte el sello con el visado de salida. Pero no señor, todavía no. Primero necesitaban fotografías, y las fotografías no estarán hasta esta tarde.

Alfyorov afirmó con la cabeza:

– Todo tal como debe ser. Así deben funcionar las cosas en un país bien administrado. No, aquí no encontrará usted la tradicional ineficacia de su querida Rusia. Por ejemplo, ¿se ha fijado en lo que hay escrito en las puertas principales? "Sólo para el público." Esto es significativo, ¿no cree? Hablando en términos generales, la diferencia entre nuestro país y éste puede expresarse de la siguiente manera, imagine una curva, y en ella…

Ganin dejó de escuchar, y dijo a Klara, que se sentaba frente a él:

– Ayer Liudmila Borisovna me encargó le dijera que la llamara tan pronto regresara del trabajo. Me parece que quiere ir al cine con usted.

Confusamente, Klara pensó: "¿Cómo es posible que hable de Liudmila de esta manera, como si nada tuviera que ver con él, cuando le consta que yo sé lo que ocurre?" A fin de mantener las apariencias, dijo:

– ¡Vaya! ¿La vio usted ayer?

Ganin, sorprendido, levantó las cejas, y siguió comiendo.

– No comprendo su geometría -dijo Podtyagin, mientras cuidadosamente barría con el cuchillo las migajas de pan y las recogía en la palma de la otra mano.

Como muchos viejos poetas, Podtyagin sentía cierta debilidad por los razonamientos de simple sentido común.

– ¿Pero no lo ve? Si es clarísimo. Imagine… -exclamó Alfyorov excitado.

– No lo comprendo -repitió Podtyagin con firmeza.

Echó un poco la cabeza hacia atrás, y se metió en la boca las migajas. Alfyorov extendió las manos, abriendo los brazos, y derribó el vaso de Ganin:

– ¡Mil perdones!

– No se preocupe, estaba vacío.

Con gran énfasis, Alfyorov prosiguió:

– Usted no es un matemático, Antón Sergeyevich, pero yo he dedicado toda la vida a esta ciencia. En otros tiempos solía decir a mi mujer que si yo era un verano ella era una cincoenrama primaveral…

Gornotsvetov y Kolin parecieron deshacerse en amaneradas risas. Frau Dorn se sobresaltó y les miró asustada. Secamente, Ganin dijo:

– En resumen, una flor y una cifra al mismo tiempo.

Sólo Klara sonrió. Ganin se sirvió agua, mientras los demás le observaban. Alfyorov volvió el rostro y miró, brillantes y vacíos de expresión los ojos, a su vecino:

– Efectivamente, mi esposa es una flor extremadamente frágil. Me parece milagroso que haya podido sobrevivir durante estos siete años de horrores. Y tengo la certeza de que llegará aquí alegre y lozana. Usted, que es poeta, Antón Sergeyevich, debiera escribir algo acerca de esto, acerca de la feminidad, de la maravillosa feminidad rusa, más fuerte que todas las revoluciones, y que lo supera todo, que supera las adversidades, el terror…

Kolin susurró al oído de Ganin:

– Ya vuelve a las andadas. Ayer hizo lo mismo. Sólo sabe hablar de su mujer.

Mientras contemplaba a Alfyorov, quien se acariciaba la barba con nerviosos dedos, Ganin pensó: "Hombrecillo vulgar. Su mujer debe de estar loca; es un pecado no ser infiel a un hombre así."

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