“Desearía estar allí”, dijo Harry agriamente mientras se dirigían a la sala común.
“Sí, pero… ¿Harry, qué es eso en el dorso de tu mano?”
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Harry, que sin darse cuenta se había rascado la nariz con la mano que tenía libre, la derecha, intentó esconderla con el mismo resultado de Ron con su Barredora 11.
“Es sólo un corte, no es nada, es…”
Pero Ron tomó el brazo de Harry, obligándole a levantar la mano a la altura de sus ojos. Observó durante unos instantes las palabras marcadas en la piel y luego, asqueado, lo soltó.
“¡Pensé que habías dicho que sólo te hacía copiar renglones!”
Harry dudó un segundo, pero después de todo Ron había sido honesto con él, así que le contó toda la verdad acerca de las horas pasadas en el despacho de Umbridge.
“Esa vieja alimaña” susurró Ron con repulsión cuando llegaron frente al retrato de la señora gorda, que dormitaba plácidamente, la cabeza contra el marco de su pintura. “¡Está enferma de la cabeza! Ve con McGonagall, ¡dí algo!
“No,” le interrumpió Harry. “No voy a darle la satisfacción de hacerle saber que me tiene en sus manos”
“¿Te tiene…? ¡No puedes dejar que continúe con esto!”
“No sé cuánta influencia tenga McGonagall sobre ella,” dijo Harry.
“¡Dumbledore entonces, dile a Dumbledore!”
“No,” respondió tajantemente Harry.
“¿Por qué no?”
“El tiene demasiado en que ocuparse,” dijo Harry, pero esa no era la verdadera razón. No iba a pedirle ayuda a Dumbledore, cuando este ni siquiera le había hablado una vez desde junio.
“Bueno, me parece que deberías…” comenzó Ron, pero fue interrumpido por la señora gorda, que había estado oyéndoles soñolienta y ahora gritó “¿Van a darme la contraseña o voy a tener que permanecer despierta toda la noche hasta que terminen su charla?”
El viernes transcurrió sombrío como el resto de la semana.
Aunque Harry miraba siempre hacia la mesa de los profesores automáticamente al ingresar al Gran Comedor, lo hacía sin verdadera esperanza de encontrar a Hagrid, por lo que tornó su 285
atención hacia problemas más urgentes como la montaña de tareas por hacer y la perspectiva de otra penitencia con Umbridge.
Dos cosas sostuvieron a Harry ese día. Una, la idea de que el fin de semana estaba próximo; la otra era que, terrible como seguramente iba a ser su última penitencia con la profesora, aún así tenía una vista lejana del campo de Quidditch desde su ventana, con lo cual quizás lograra ver algo de la prueba de Ron.
Eran pálido rayos de luz, cierto, pero Harry estaba agradecido de cualquier cosa que le aliviara su presente ofuscación. Su primera semana en un curso nunca había sido peor en Hodgwarts.
A las cinco en punto de esa tarde llamó a la puerta de la oficina de la profesora Umbridge para lo que sinceramente esperaba fuera la última vez, y le fue ordenado entrar. El pergamino en blanco estaba listo esperándolo sobre la mesa cubierta de encajes, con la negra y afiliada pluma tras él.
“Ya sabe que hacer, Sr. Potter,” dijo Umbridge sonriéndole dulcemente.
Harry recogió la pluma y miró a través de la ventana. Si tan solo pudiera desplazar la silla unos centímetros hacia la derecha…
con el pretexto de acercarse a la mesa, lo consiguió. Ahora tenía un panorama distante del campo de Quidditch, con el equipo remontándose y bajando dentro de sus límites, mientras media docena de negras figuras permanecían al pie de tres altos postes, aparentemente aguardando sus turnos como Guardián. Era imposible determinar desde tan lejos cuál era Ron.
‘No debo contar mentiras,’ escribió. El corte en el dorso de su mano derecha se abrió y comenzó a sangrar copiosamente.
‘No debo contar mentiras.’ la herida se profundizó, escociéndole.
‘No debo contar mentiras.’ La sangre comenzó a deslizarse por su muñeca.
Harry arriesgó otra mirada por la ventana. Quien fuera que estuviera defendiendo los postes estaba haciendo un pobre trabajo. Katie Bell anotó dos veces durante el poco tiempo que Harry se atrevió a observar. Esperando sinceramente que el 286
guardián no fuese Ron, dejó caer la vista sobre el pergamino, que brillaba con el rojo de la sangre.
‘No debo contar mentiras.’
‘No debo contar mentiras.’
Trataba de mirar cada vez que le parecía tenía una oportunidad: cuando escuchaba el rasguido de la pluma de Umbridge o la apertura de un cajón del escritorio de la profesora.
El tercero en las pruebas estuvo muy bien, el cuarto horrible, el quinto esquivó una Bludger de manera excepcional pero perdió una atrapada segura. El cielo se oscurecía y Harry dudó de que pudiera llegar a ver el sexto y el séptimo.
‘No debo contar mentiras.’
‘No debo contar mentiras.’