Tía Petunia se lanzó al suelo, al lado de Dudley, agarró el extremo de su larga lengua y trató de arrancársela; como es lógico, Dudley gritó y farfulló más que antes, intentando que ella desistiera. Tío Vernon daba voces y agitaba los brazos, y el señor Weasley no tuvo más remedio que gritar para hacerse oír.
—¡No se preocupen, puedo arreglarlo! —chilló, avanzando hacia Dudley con la mano tendida.
Pero tía Petunia gritó aún más y se arrojó sobre Dudley para servirle de escudo.
—¡No se pongan así! —dijo el señor Weasley, desesperado—. Es un proceso muy simple. Era el caramelo. Mi hijo Fred... es un bromista redomado. Pero no es más que un encantamiento aumentador... o al menos eso creo. Déjenme, puedo deshacerlo...
Pero, lejos de tranquilizarse, los Dursley estaban cada vez más aterrorizados: tía Petunia sollozaba como una histérica y tiraba de la lengua de Dudley dispuesta a arrancársela; Dudley parecía estar ahogándose bajo la doble presión de su madre y de su lengua; y tío Vernon, que había perdido completamente el control de sí mismo, cogió una figura de porcelana del aparador y se la tiró al señor Weasley con todas sus fuerzas.
Éste se agachó, y la figura de porcelana fue a estrellarse contra la descompuesta chimenea.
—¡Vaya! —exclamó el señor Weasley, enfadado y blandiendo la varita—. ¡Yo sólo trataba de ayudar!
Aullando como un hipopótamo herido, tío Vernon agarró otra pieza de adorno.
—¡Vete, Harry! ¡Vete ya! —gritó el señor Weasley, apuntando con la varita a tío Vernon—. ¡Yo lo arreglaré!
Harry no quería perderse la diversión, pero un segundo adorno le pasó rozando la oreja izquierda, y decidió que sería mejor dejar que el señor Weasley resolviera la situación. Entró en el fuego dando un paso, sin dejar de mirar por encima del hombro mientras decía «¡La Madriguera!». Lo último que alcanzó a ver en la sala de estar fue cómo el señor Weasley esquivaba con la varita el tercer adorno que le arrojaba tío Vernon mientras tía Petunia chillaba y cubría con su cuerpo a Dudley, cuya lengua, como una serpiente pitón larga y delgada, se le salía de la boca. Un instante después, Harry giraba muy rápido, y la sala de estar de los Dursley se perdió de vista entre el estrépito de llamas de color esmeralda.
5
Sortilegios Weasley
Harry dio vueltas cada vez más rápido con los codos pegados al cuerpo. Borrosas chimeneas pasaban ante él a la velocidad del rayo, hasta que se sintió mareado y cerró los ojos. Cuando por fin le pareció que su velocidad aminoraba, estiró los brazos, a tiempo para evitar darse de bruces contra el suelo de la cocina de los Weasley al salir de la chimenea.
—¿Se lo comió? —preguntó Fred ansioso mientras le tendía a Harry la mano para ayudarlo a levantarse.
—Sí —respondió Harry poniéndose en pie—. ¿Qué era?
—Caramelo
Todos prorrumpieron en carcajadas en la pequeña cocina; Harry miró a su alrededor, y vio que Ron y George estaban sentados a una mesa de madera desgastada de tanto restregarla, con dos pelirrojos a los que Harry no había visto nunca, aunque no tardó en suponer quiénes serían: Bill y Charlie, los dos hermanos mayores Weasley.
—¿Qué tal te va, Harry? —preguntó el más cercano a él, dirigiéndole una amplia sonrisa y tendiéndole una mano grande que Harry estrechó. Estaba llena de callos y ampollas. Aquél tenía que ser Charlie, que trabajaba en Rumania con dragones. Su constitución era igual a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delgados. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumania y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante.
Bill se levantó sonriendo y también le estrechó la mano a Harry, quien se sorprendió. Sabía que Bill trabajaba para Gringotts, el banco del mundo mágico, y que había sido Premio Anual de Hogwarts, y siempre se lo había imaginado como una versión crecida de Percy: quisquilloso en cuanto al incumplimiento de las normas e inclinado a mandar a todo el mundo. Sin embargo, Bill era (no había otra palabra para definirlo)
Antes de que ninguno de ellos pudiera añadir nada, se oyó un pequeño estallido y el señor Weasley apareció de pronto al lado de George. Harry no lo había visto nunca tan enfadado.
—¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño muggle?
—No le di nada —respondió Fred, con otra sonrisa maligna—. Sólo lo dejé caer...
Ha sido culpa suya: lo cogió y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.