Читаем El cálculo de Dios полностью

El transbordador alienígena aterrizó frente a lo que antes era el Planetario McLaughlin, que está justo al lado del Real Museo de Ontario, donde trabajo. Digo que antes era el planetario porque Mike Harris, el tacaño premier de Ontario, eliminó los fondos para el planetario. Se le ocurrió que los niños canadienses no tenían por qué saber nada sobre el espacio; gran visión de futuro, Harris. Después de que cerrase el planetario, alquilaron el edificio para una exposición comercial de Star Trek, con la reproducción del puente de mandos clásico en lo que solía ser el teatro estelar.

Por mucho que me guste Star Trek, no se me ocurre un comentario más triste sobre las prioridades educativas canadienses. Varias otras ocupaciones del sector privado habían alquilado posteriormente el edificio, pero en esos momentos estaba vacío.

En realidad, aunque quizá fuese razonable que un alienígena visitase un planetario, al final resultó que realmente querían ir al museo. Tampoco está mal: imagínense la vergüenza para Canadá si el primer contacto se realizase en nuestra tierra, el embajador extraterrestre llamase a la puerta y no contestase nadie. El planetario, con su bóveda blanca como un gigantesco iglú, está algo alejado de la calle, por lo que justo enfrente hay una gran zona de cemento —lugar aparentemente perfecto para aterrizar un pequeño transbordador.

Ahora bien, yo no presencié el aterrizaje, aunque estaba justo en el edificio de al lado. Pero cuatro personas —tres turistas y un nativo— lo registraron en vídeo, y durantes varios días podías verlo incesantemente en todas las televisiones del mundo. La nave era una cuña estrecha, como el trozo de pastel que se serviría alguien que finge llevar una dieta. Era de un negro profundo, no tenía salidas de humos visibles y había descendido en silencio desde el cielo.

Tenía como unos treinta pies de largo (sí, lo sé; Canadá es un país que usa el sistema métrico, pero nací en 1946. No creo que nadie de mi generación —incluso un científico como yo— se haya acostumbrado del todo al sistema métrico; pero intentaré mejorar). En lugar de estar cubierto de vómito robótico, como virtualmente está toda nave espacial en cualquier película posterior a La guerra de las galaxias, el casco de la nave espacial era completamente liso. No bien acababa de aterrizar cuando se abrió una puerta en un lateral. La abertura era rectangular, pero más ancha que alta. Y se abría deslizándose hacia arriba; indicación inmediata de que los ocupantes probablemente no eran humanos; los humanos raramente fabricamos puertas así debido a nuestras cabecitas vulnerables.

Segundos más tarde, salió el alienígena. Parecía una gigantesca araña de tonos marrones y dorados, con un cuerpo esférico del tamaño de una pelota de playa y patas extendidas en todas direcciones.

Un Ford Taurus azul le pegó un golpe por detrás a un Mercedes-Benz granate justo frente al planetario cuando sus conductores se quedaron mirando el espectáculo boquiabiertos. Había mucha gente caminando por la zona, pero todos parecían más pasmados que aterrorizados; aunque unos pocos corrieron hacia las escaleras de la estación del metro, que tiene dos salidas frente al planetario, frente al museo.

La araña gigante recorrió la corta distancia hasta el museo; el planetario había sido una división del RMO y los dos edificios estaban unidos por un pasaje elevado a la altura del segundo piso, pero a nivel de la cal e los separaba un callejón. El museo fue edificado en 1914, mucho antes de que cualquiera se preocupase por la accesibilidad. Había nueve anchos escalones que l evaban a las seis puertas de cristal principales; mucho más tarde se había añadido una rampa para sillas de ruedas. El alienígena se detuvo un momento, aparentemente intentando decidir qué método usar. Se decidió por las escaleras; las barandas de la rampa estaban un poco demasiado cerca, considerando la extensión de sus patas.

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