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El estómago le dio un vuelco a Harry. Aquel perro de la cubierta del libro Augurios de muerte, en Flourish y Blotts, el perro entre las sombras de la calle Magnolia... Ahora también Lavender Brown se llevó las manos a la boca. Todos miraron a Harry; todos excepto Hermione, que se había levantado y se había acercado al respaldo del sillón de la profesora Trelawney.

—No creo que se parezca a un Grim —dijo Hermione rotundamente.

La profesora Trelawney examinó a Hermione con creciente desagrado.

—Perdona que te lo diga, querida, pero percibo muy poca aura a tu alrededor. Muy poca receptividad a las resonancias del futuro.

Seamus Finnigan movía la cabeza de un lado a otro.

—Parece un Grim si miras así —decía con los ojos casi cerrados—, pero así parece un burro —añadió inclinándose a la izquierda.

—¡Cuando hayáis terminado de decidir si voy a morir o no...! —dijo Harry, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Nadie quería mirarlo.

—Creo que hemos concluido por hoy —dijo la profesora Trelawney con su voz más leve—. Sí... por favor; recoged vuestras cosas...

Silenciosamente, los alumnos entregaron las tazas de té a la profesora Trelawney, recogieron los libros y cerraron las mochilas. Incluso Ron evitó los ojos de Harry.

—Hasta que nos veamos de nuevo —dijo débilmente la profesora Trelawney—, que la buena suerte os acompañe. Ah, querido... —señaló a Neville—, llegarás tarde a la próxima clase, así que tendrás que trabajar un poco más para recuperar el tiempo perdido.

Harry, Ron y Hermione bajaron en silencio la escalera de mano del aula y luego la escalera de caracol, y luego se dirigieron a la clase de Transformaciones de la profesora McGonagall. Tardaron tanto en encontrar el aula que, aunque habían salido de la clase de Adivinación antes de la hora, llegaron con el tiempo justo.

Harry eligió un asiento que estaba al final del aula, sintiéndose el centro de atención: el resto de la clase no dejaba de dirigirle miradas furtivas, como si estuviera a punto de caerse muerto. Apenas oía lo que la profesora McGonagall les decía sobre los animagos (brujos que pueden transformarse a voluntad en animales), y no prestaba la menor atención cuando ella se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos.

—¿Qué os pasa hoy? —preguntó la profesora McGonagall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase.

Todos se volvieron hacia Harry, pero nadie dijo nada. Hermione levantó la mano.

—Por favor; profesora. Acabamos de salir de nuestra primera clase de Adivinación y... hemos estado leyendo las hojas de té y..

—¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Decidme, ¿quién de vosotros morirá este año?

Todos la miraron fijamente.

—Yo —respondió por fin Harry

—Ya veo —dijo la profesora McGonagall, clavando en Harry sus ojos brillantes y redondos como canicas—. Pues tendrías que saber, Potter, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía. Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas... —La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y los alumnos vieron que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una de las ramas más imprecisas de la magia. No os ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos videntes son muy escasos, y la profesora Trelawney...

—Volvió a detenerse y añadió en tono práctico—: Me parece que tienes una salud estupenda, Potter; así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana.

Te aseguro que si te mueres no necesitarás entregarlos.

Hermione se echó a reír. Harry se sintió un poco mejor. Lejos del aula tenuemente iluminada por una luz roja y del perfume agobiante, era más difícil aterrorizarse por unas cuantas hojas de té. Sin embargo, no todo el mundo estaba convencido. Ron seguía preocupado y Lavender susurró:

—Pero ¿y la taza de Neville?

Cuando terminó la clase de Transformaciones, se unieron a la multitud que se dirigía bulliciosamente al Gran Comedor; para el almuerzo.

—Animo, Ron —dijo Hermione, empujando hacia él una bandeja de estofado—.

Ya has oído a la profesora McGonagall.

Ron se sirvió estofado con una cuchara y cogió su tenedor; pero no empezó a comer.

—Harry —dijo en voz baja y grave—, tú no has visto en ningún sitio un perro negro y grande, ¿verdad?

—Sí, lo he visto —dijo Harry—. Lo vi la noche que abandoné la casa de los Dursley.

Ron dejó caer el tenedor; que hizo mucho ruido.

—Probablemente, un perro callejero —dijo Hermione muy tranquila.

Ron miró a Hermione como si se hubiera vuelto loca.

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Денис Ратманов

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