Primero alabaron la batería de pastelitos y luego, sin mediar pausa, se pusieron a hablar del conde Drácula, como si hubieran esperado toda la noche ese instante para hacerlo. No tardaron en formarse dos bandos, los que creían en el conde y los que no creían en él. Entre estos últimos estaban el oficial de estado mayor, el general Entrescu y la baronesa Von Zumpe, entre los primeros estaban el intelectual Popescu, el escritor Hoensch y el oficial de las SS, si bien Popescu afirmaba que Drácula, cuyo nombre verdadero era Vlad Tepes, llamado el Empalador, era rumano, y Hoensch y el oficial de las SS afirmaban que Drácula era un noble germánico, que había abandonado Alemania acusado de una traición o de una deslealtad imaginaria, y que se había instalado con algunos de sus fieles en Transilvania mucho tiempo antes de que naciera Vlad Tepes, a quien no negaban una existencia histórica ni un origen transilvano, pero cuyos métodos, delatados en su alias o sobrenombre, poco o nada tenían que ver con los métodos de Drácula, que más que empalador era estrangulador, en ocasiones degollador, y cuya vida en el, llamémosle así, extranjero había sido un constante vértigo, una constante penitencia abismal.
Para Popescu, en cambio, Drácula sólo era un patriota rumano que había opuesto resistencia a los turcos, hecho por el cual todas las naciones europeas, en cierta medida, debían estar agradecidas. La historia es cruel, dijo Popescu, cruel y paradójica:
el hombre que frena el impulso conquistador de los turcos se transforma, gracias a un escritor inglés de segunda fila, en un monstruo, en un crápula interesado únicamente por la sangre humana, cuando la verdad es que la única sangre que a Tepes le interesaba derramar era la turca.
Llegado a este punto, Entrescu, quien pese a la bebida que había tomado en abundancia durante la cena y que seguía ingiriendo en abundancia en lo que restaba de sobremesa no parecía borracho -de hecho daba la impresión de ser, junto con el remilgado oficial de las SS, que apenas se mojaba los labios en el alcohol, el más sobrio del grupo-, dijo que no era extraño, si uno contemplaba desapasionadamente los grandes hechos de la historia (incluso los hechos en blanco de la historia, aunque esto último, por supuesto, nadie lo entendió), que un héroe se transformara en un monstruo o en un villano de la peor especie o que accediera, sin pretenderlo, a la invisibilidad, de la misma manera que un villano o un ser anodino o un mediocre de alma buena se convirtiera, con el paso de los siglos, en un faro de sabiduría, un faro magnético capaz de hechizar a millones de seres humanos, sin haber hecho nada que justificara tal adoración, vaya, sin siquiera haberlo pretendido o deseado (aunque todo hombre, incluso los rufianes de la peor especie, en algún segundo de su vida se sueña reinando sobre los hombres y sobre el tiempo). ¿Es que Jesucristo -se preguntó- sospechaba que algún día su iglesia se alzaría hasta en los más ignotos rincones del orbe? ¿Es que Jesucristo -se preguntó- tuvo alguna vez lo que hoy llamamos una idea del mundo? ¿Es que Jesucristo, que aparentemente todo lo sabía, supo que la tierra era redonda y que en el este vivían los chinos (esta última frase la escupió, como si le costara gran esfuerzo pronunciarla) y hacia el oeste los pueblos primitivos de América? Y se respondió a sí mismo que no, aunque, claro, tener una idea del mundo, en cierta manera, es cosa fácil, todo el mundo la tiene, generalmente una idea circunscrita a su aldea, ceñida al terruño, a las cosas tangibles y mediocres que cada uno tiene frente a los ojos, y esa idea del mundo, mezquina, limitada, llena de mugre familiar, suele pervivir y adquirir, con el paso del tiempo, autoridad y elocuencia.
Y entonces, dando un giro inesperado, el general Entrescu se puso a hablar de Flavio Josefo, ese hombre inteligente, cobarde, prudente, adulador, jugador de ventaja, cuya idea del mundo era mucho más compleja y sutil, si uno la observaba con atención, que la idea del mundo de Cristo, pero mucho menos sutil que la idea del mundo de aquellos que, según se dice, le ayudaron a traducir su