Con cuidado y con una extraña sensación de respeto, volví a dejar la fina copia impresa, ni siquiera estaba encuadernada, en la estantería. Toqué con la punta de los dedos las verdes y marrones tapas del
La cuestión de si el océano era un ser vivo podría seguir planteando dudas a un obstinado amante de las paradojas. En cambio, era imposible negar la existencia de su psique, independientemente de lo que uno entendiera por ese término. Era obvio que notaba nuestra presencia sobre su superficie. Aquella única constatación suprimía de golpe una rama de la solarística bastante desarrollada, según la cual el océano era «un mundo independiente», «un ser independiente» desprovisto de órganos sensoriales a causa de un proceso degenerativo; un ente encerrado en una espiral de gigantescas corrientes mentales cuyo origen, presente y destino eran el abismo arremolinado bajo dos soles.
Además, habíamos averiguado que era capaz de llevar a cabo la síntesis artificial de nuestros cuerpos, algo de lo que nosotros no éramos capaces, e incluso de perfeccionarlos, transformándolos en una estructura subatómica de incomprensibles cambios que, con toda seguridad, algo tenían que ver con sus objetivos.
Por lo tanto, existía, vivía, actuaba; la posibilidad de reducir el «problema de Solaris» a un sinsentido, o de desecharlo, o la opinión de que no se trataba de ningún Ser Vivo (por lo que nuestro fracaso no era tal), se estaban derrumbando de una vez por todas. Había llegado el momento de que el ser humano aceptase, lo quisiera o no, la presencia de un vecino que, pese a estar separado de él por billones de kilómetros de vacío y por un buen puñado de años luz, se había cruzado en su camino hacia la expansión; y la tarea de comprenderlo era más difícil que cualquier otra que pudiera plantear el resto del Universo.
«Quizás estemos en un momento decisivo de la historia», pensé. Barajaba la posibilidad del abandono, de la retirada en un futuro inmediato, o a medio plazo; incluso consideraba viable el cierre de la propia Estación. Sin embargo, no creí que, gracias a eso, fuese posible salvar nada. El simple hecho de pensar en un coloso inteligente nunca más dejaría indiferente al ser humano. Aunque atravesase galaxias enteras, aunque lograse relacionarse con otras civilizaciones de seres parecidos a nosotros, Solaris seguiría siendo un eterno desafío impuesto al hombre.