Читаем Obsesión espacial полностью

Flotaba en un vacío sin figura, triste, de color pardo, en que no había estrellas ni mundos. Y se dijo Alan que eso era el hiperespacio. Se sentía cansado, tenía los nervios alterados. Había llegado al hiperespacio; se encontraba ya en lo más recio del combate y tenía medio ganada la batalla. Faltaba ver cómo y por dónde podría salir de la lucha… o si no podría salir de ella.

Cuatro días de fastidio, cuatro días sin tener otro deseo que el de salir del hiperespacio. Al fin volvió en sí el piloto automático; dijo, con su ruido, que el generador de Cavour había hecho su trabajo, y callóse luego.

¡La Cavour salía del hiperespacio!

Sobre la oscuridad del espacio aparecieron de repente las estrellas. Se iluminó la pantalla televisora. Alan cerró los ojos un momento. ¡Volvía del combate victorioso!

Alan miró a la pantalla. Debajo de su nave navegaba la Valhalla con rumbo a Proción, rutilante en la oscuridad del espacio.

El joven manipuló los mandos de la radio. Minutos después oyó la voz conocida de Chip Collier, el oficial de señales de la Valhalla.

—Aquí la Valhalla. ¿Quién llama?

—Alan Donnell. ¿Cómo van las cosas a bordo, Chip?

—¡Alan! ¿Qué broma es ésta? ¿Dónde estás?

—Lo crea usted o no, encima de vosotros, en una navecilla. Dígale a mi padre que quiero hablar con él. Voy a descender sobre vuestra cubierta.

Al cabo de un cuarto de hora la Cavour estaba pegada a la piel de la Valhalla como pulga montada sobre el lomo de un elefante. Alan entró en ésta por la esclusa principal. Después de tantos años de ausencia, se sentía otra vez muy a gusto a bordo de la gran nave.

Se quitó el traje espacial y echó a andar por el corredor. Allí le esperaba su padre.

—Aquí me tienes otra vez, papá.

El capitán Donnell meneó la cabeza. No se explicaba lo que había hecho su hijo.

—Alan, ¿cómo has podido…? Estás hecho un hombre…

—Han pasado nueve años, los que he estado en la Tierra. Para vosotros solamente han pasado dos meses desde que salisteis de allá. Yo estoy ahora aquí gracias a la propulsión de Cavour, papá.

Se presentó entonces Steve. Steve tenía buen aspecto, le había hecho mucho bien los meses que llevaba a bordo de la Valhalla. Ya no estaba obeso.

—¡Alan! Me explicarás porqué…

Alan dio las explicaciones que le pidió su hermano y dijo luego:

—Como no podía invertir el tiempo, como no podía hacerte a ti tan joven como yo, hice lo contrario, que fue alcanzar la misma edad que tú tenías entonces. —Y mirando a su padre, agregó—: El Universo va a cambiar desde ahora, La Tierra ya no estará tan superpoblada. Y esto supone el fin del sistema de recintos y de la Contracción de Fitzgerald.

—Tendremos que montar la hiperpropulsión en la Valhalla —dijo el capitán Donnell, asombrado todavía de la vuelta inesperada de su hijo—. De otro modo no podremos competir con las naves modernas. ¿Habrá naves modernas pronto?

—Tan pronto como yo regrese a la Tierra y diga que he triunfado —respondió Alan—. Los hombres que yo tengo a mi servicio las construirán inmediatamente. El Universo estará lleno de ellas antes que la tuya llegue a Proción.

Dábase cuenta Alan de la grande importancia que tenía lo que él había hecho. Y por eso añadió:

—Ahora que va a ser un hecho la navegación interestelar, tendremos la Galaxia tan cerca como tenemos el sistema solar.

El capitán Donnell asintió:

—Ya has perfeccionado la propulsión de Cavour hijo. ¿Qué piensas hacer en lo sucesivo?

—Tengo una nave mía, papá. Y allá están Rigel, Deneb, Fomalhaut y muchos, muchos astros más ¡Todos los quiero ver! La hiperpropulsión me lo permitirá. Pero hay una cosa…

—¿Qué es? — preguntaron a la vez el capitán y Steve.

—He vivido solo estos últimos años y quiero hacer este viaje con un compañero.

Y dicho esto, miró a Steve.

Steve sonrió y dijo:

—¡Bien pensado te lo tenías! ¡Qué remedio me queda sino acompañarte!

—¿Lo haces a gusto?

—Eso no se pregunta. Deseándolo estoy.

Alan sintió que alguien le tiraba de la pernera de su pantalón. Miró hacia abajo y vio una pelotita de piel, de color púrpura azulado, que estaba junto a su zapato y le miraba bizqueando los ojos.

—¡Rata!

—Sí, Rata. Me gustan las excursiones. ¿Admites a bordo otro pasajero?

—Si ese pasajero eres tú, sí.

Alan estaba lleno de contento y entusiasmo. Volvía a hallarse entre seres queridos. Y la Galaxia estaba allí, delante de él, abriendo los brazos para recibirle en ellos, amorosa. Lleno estaba el cielo de brillantes luceros contemplándole a él, llamándole con anhelante mirada.

Con eso había soñado Alan. E iba a ver realizados muy pronto sus sueños.

Allí estaban ya para saludarle, todos sus compañeros de la Valhalla: Art Keandin, Dan Kelleher, Judy Collier, Roger Bond…

—¿Cuándo te vas? —preguntó el capitán—. ¿No te quedarás unos días con nosotros?

—Sí, me quedaré, papá. No tengo prisa. Primero volveré a la Tierra a decirles que he triunfado y a dar la orden de que se pongan a construir naves. Después iré a…

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