Se les acercó un robot-camarero con la lista de platos entre sus metálicas manos. Hawkes inclinó el cuerpo hacia adelante e hizo agujeritos en la lista al lado de los nombres de los platos que quería le sirviesen. A Alan le costó un poco más de tiempo elegir la minuta; finalmente se decidió por un bistec de proteínas, verdura y café sintético. El robot chasqueó para indicar que se daba por enterado y luego se llegó a la mesa de al lado para preguntar a los clientes que la ocupaban qué querían comer.
—¿Usted cree que mi hermano vive del juego, señor Hawkes? — preguntó a éste Alan.
El interpelado asintió, Y añadió en voz alta:
Parece como si quisieras significar con eso que tu hermano es un raterillo, un caco, un cortabolsas, un carterista, y como si ésas fuesen varias de las maneras ilícitas de ganar el pan cotidiano.
Los ojos de Hawkes adquirieron de repente una mirada dura. En voz sosegada, siguió hablando así:
—En la Tierra, hijo mío, si quieres ahorrarte disgustos, no te metas a predicador. Este mundo nada tiene de bonito. Vive en él demasiada gente, y pocos son los que pueden permitirse el lujo de adquirir pasaje para la
Notó Alan que se ponía como la grana y se alegró de que llegasen en aquel momento las bandejas con la comida, lo que impidió que Hawkes se diese cuenta de la turbación del mozo.
—Perdone usted, señor Hawkes. No es mi intención hacerme predicador.
—Lo sé, muchacho. En las astronaves lleváis una vida muy tranquila. Y nadie se puede acomodar en un día a la vida que se lleva en la Tierra. ¿Te parece que remojemos estos manjares con buenos tragos de
Alan iba a decir que no era bebedor, pero se abstuvo de hacerlo. Se hallaba en la Tierra, y no a bordo de la
—¿Es lo que me ofreció Macintosh?
—Sí.
—Pues venga; lo probaré.
Hawkes hizo señas a un robot-camarero. El autómata acudió al instante, y Hawkes movió una palanca que en uno de sus costados tenía la máquina, la cual se puso a chasquear y a brillar. Un segundo después se abrió una puertecita que tenía el robot en lo que podría llamarse el abdomen, y dentro de esta cavidad había dos vasos. Con sus tentáculos de alambre sacó el robot los vasos —que ya contenían licor— y los puso sobre la mesa. Hawkes metió una moneda en una ranura que tenía el metálico camarero en el otro costado, y la máquina se retiró.
—Esto es
Y para dar ejemplo, llevóse el vaso a la boca y apuró su contenido de un solo trago con manifiesto deleite.
Alan alzó su vaso y lo tuvo un ratito delante de sus ojos. Miró al hombre que tenía enfrente a través del líquido transparente. Visto así, Hawkes tenía un aspecto muy raro.
Sonrió Alan y quiso brindar; pero, como no sabía con qué palabras hacerlo, se bebió el licor sin decir nada. Le quemó la garganta y siguió ardiendo en su estómago; luego se propagó el fuego subiendo hasta el cerebro. Por un momento experimentó la sensación de que aquello estaba dentro de su cabeza y le saltaba la tapa de los sesos. Le lloraban los ojos.
—¡Qué fuerte es esto!
—Del mejor que hay aquí —dijo Hawkes—. Esos chicos conocen bien la receta para fabricarlo.
Alan estuvo un rato viendo dobles las cosas, pero ese rato pasó pronto. Luego sintió un grato calorcillo interior. Atrajo hacia sí la bandeja y se puso a atacar la verdura y el bistec sintético.
Comía despacio y sin dar conversación a su acompañante. Tocaban música ligera. No se apartaba Steve de su pensamiento. ¡Su hermano era jugador! Y arrastraba una vida mísera el desdichado, según le había dicho Hawkes. Se preguntaba si Steve querría volver a la nave, y qué pasaría si Steve se negaba a volver.
Se decía con tristeza que estaba muerta la antigua camaradería. Durante diecisiete años habían compartido todas las cosas; lo que era del uno era del otro. Habían crecido, jugado y trabajado juntos. Hasta hacía seis semanas habían estado tan unidos, que Steve adivinaba los pensamientos de Alan y Alan los de Steve, Se avenían mucho los dos.
Pero todo eso había terminado ya. Steve sería un extraño a bordo de la
—¿Estás pensando en tu hermano? — le preguntó Hawkes.
—Sí. ¿Cómo lo ha adivinado usted?