Doy un último coletazo para intentar sobreponerme, pero no consigo mover una sola fibra… Sólo ese rumor cósmico que se va apoderando de mí y me va arrastrando hacia la nada… Y, de repente, desde el fondo del abismo, una luz infinitesimal… Se agita, se aproxima, se perfila poco a poco; es un niño… que corre; su fantástica zancada hace retroceder penumbras y opacidades… Corre, le grita la voz de su padre, corre… Alborea sobre los vergeles en fiesta. Las ramas se ponen a brotar, a florecer, a colmarse de frutos. El niño rodea los matorrales y se dirige a la carrera hacia el Muro, que se derrumba como un tabique de cartón, ensanchando el horizonte y exorcizando los campos que cubren las llanuras hasta perderse la vista… Corre… Y el niño corre riendo a carcajadas con los brazos abiertos como un pájaro. La casa del patriarca se levanta de sus propias ruinas; sus piedras se desempolvan y se colocan en su sitio en mágica coreografía, las paredes se alzan, las vigas se cubren de tejas; la casa del abuelo se yergue al sol, más hermosa que nunca. El niño es más veloz que las penas, más veloz que el destino, más veloz que el tiempo… Y sueña, le dice el artista, sueña que eres guapo, feliz e inmortal… Ya libre de angustias, el niño corre aleteando por la cresta de las colinas, con el rostro radiante y los ojos alborozados, y sube al cielo a lomos de las palabras de su padre: Pueden quitarte todo; tus bienes, tus mejores años, todos tus méritos y alegrías, hasta la última camisa; pero siempre te quedarán los sueños para reinventar el mundo que te han confiscado.
Yasmina Khadra
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